Archivo por meses: abril 2007

Justicia y responsabilidad

Nadie como el sabio poeta y político ateniense Solón supo cantar en la antigüedad, siguiendo el ejemplo y la inspiración de Hesíodo, la interdependencia de la persona y su destino en relación con la vida de la comunidad. Es imposible, según él, pasar por encima del derecho, porque, tarde o temprano, siempre sale triunfante. Cuando la hybris (exceso) ha traspasado los límites fijados por la justicia, llega el castigo en forma de desorden en la comunidad, porque el mal social es como una enfernedad contagiosa que se expande por la ciudad entera. La injusticia sólo puede mantenerse por breve tiempo. Antes o después, llega la Diké (la diosa Justicia). O, según otra expresión, de Zeus, dios supremo, nadie escapa. Unos expían pronto, otros más tarde, y, si el culpable escapa de la pena, la pagan en su lugar sus inocentes hijos y los hijos de sus hijos. Como se ve, no toda la culpa la tienen los dioses, como enseñaba la arcaica religión griega, que ya se había atrevido a refutar Homero en la Odisea. Refiriéndose a la tiranía de Pisístrato, escribe Solón: “Si por vuestra debilidad habéis sufrido el mal, no echéis el peso de la culpa a los dioses. Vosotros mismos habéis permitido a esta gente llegar llegar a ser grande cuando le habéis dado la fuerza cayendo en vergonzosa servidumbre”. Los dioses son meros ejecutores del orden moral, que es idéntico a la voluntad de los dioses. Mas el sabio griego por excelencia sabe muy bien que tampoco todo depende del pensamiento y del esfuerzo humano: “Nosotros, mortales, buenos y malos, pensamos que alcanzamos lo que esperamos; pero viene la desdicha y nos lamentamos.(…) Por muchas que sean sus previsiones, no puede éste [el hombre] apartar la desventura“. Aun así, esto no anula la responsabiliad del hombre ni es motivo alguno para la resignación y la renuncia al propio esfuerzo, como sostenían ciertos poetas jónicos de su tiempo. Y pregunta a sus oyentes, coincidiendo notablemente con los profetas coetáneos o predecesores de Israel, si lo que no tiene razón alguna para el pensamiento humano no puede aparecer inteligible y justificado desde el punto de vista de la divinidad. Por ejemplo, la aspiración común a la riqueza no tiene medida ni fin. ¿Quién podría satisfacer los deseos de todos? La solución se halla más allá de nuestro alcance. Cuando el demonio de la ceguera nos invade, crea la mismo tiempo un nuevo equilibrio y nuestros bienes pasan a otras manos. Una penetrante interpretaciónn de la divina Moira (el destino) como fuerza de equilibrio necesario entre las diferencias económicas y de todo género, inevitables entre los hombres.

Nuevos aforismos

-¿Quién más des-centrado que un ego-céntrico?
-“Un poco horrorizada“, se siente una política vasca. ¿Se puede estar un poco y a la vez horrorizada?
-Muchos creen que semántico es poco menos que romántico.
-El marisco es también, entre otras cosas, manisco.
-El colmo de quien desea transformar la realidad es no tomarla en serio.

Democracia y valores

Según el politólogo italiano Norberto Bobbio, la democracia es sólo un método, un conjunto de reglas procesales para la formación del gobierno y la toma de decisiones políticas. No una ideología. Según él, las reglas democráticas establecen “cómo se debe llegar a la decisión política, pero no qué cosa haya que decidir“. Pero las Constituciones democráticas, ya desde la Constitución de Atenas, recogen no sólo métodos y reglas, sino también principios y valores que dan fundamento y razón a sus normas concretas que vinculan y obligan a todos.Todas las reglas llevan ya en sí principios y valores (ideología). ¿Qué quiere decir la misma palabra democracia sino el gobierno, el poder, del pueblo? ¿Y es eso o no un principio y un valor?

Las clases conservadoras

La historiografía seria española ha juzgado muy negativamente la actuación de buena parte de la izquierda política española durante la Restauración y sobre todo durante la Segunda República por sus procedimientos violentos e insurreccionales o por su complicidad positiva o negativa con los mismos. Recuérdese, y baste como botón de muestra, la justificación del “atentado personal” contra Maura, hecha por Pablo Iglesias en el Congreso, el 9 de julio de 1909. Como contrapartida, acerca de la actuación de la derecha durante el reinado de Alfonso XIII tenemos un texto ejemplar, por lo insólito de la autocrítica, de dos historidadores derechistas, ya mencionados en otra ocasión, Gabriel Maura, hijo mayor de don Antonio y diputado maurista, y Melchor Fernández Almagro. Del juicio general de las “clases conservadoras” no hay por qué excluir a los dirigentes y votantes del Partido Liberal, heredado de Sagasta, luego dividido en cinco o seis fracciones, el segundo partido del turno ministerial desde los tiempos del Pacto de El Pardo, ni a otras fuerzas políticas y sociales consrvadoras de toda España, fuese cual fuese su relación con los dos grandes partidos turnantes: “Las clases “conservadoras” (usado este vocablo con máxima amplitud de significación) se mostraron de continuo impotentes o incapaces para “conservar” absolutamente nada. Los partidos gubernamentales presenciaron, mohinos, pero cruzados de brazos, los magnicidios de que eran víctimas sus Jefes, los asaltos desleales al Poder del bando contrario, las campañas mendaces o calumniadoras de de cierta prensa, y el desgobierno, que se estaba haciendo crónico. Los industriales dejaron indefensos a sus capitanes, diezmados por los crímenes terroristas. Los terratenientes, rutinarios o absentistas, descuidaron instar, cuando aún era tiempo, la implantación de alguna reforma agraria razonable y justa, y hubieron de soportar después, amedrentados o, quizá, arrepentidos, atropellos expiatorios. Los monárquicos de todos los matices desampararon al Rey contra la calumnia, como los creyentes de todas las capillitas a la fe contra la impiedad. El periodista católico José Zahonero fustigó a muchos correligionarios suyos, atribuyéndoles esta única norma de vida: “cortar el cupón, comer el capón y deshonrar el copón.

Un ex alcalde de Fitero

Se nos ha muerto, con unas pocas semanas de enfermedad, Carmelo Aliaga, alcalde de Fitero -nuestra fronteriza villa termal y puerta del Císter- desde 1979 a 1991. Recuerdo vivamente aquellas Fiestas patronales, aquella Fiesta de San Raimundo, aquella Fiesta del Barranco, y otras muchas ocasiones de encuentro, de preocupación, de trabajo y de alegría compartida, incluida una de las visitas de ediles navarros al Parlamento Europeo, entre los que estaba Carmelo. Fue un buen alcalde, un gran alcalde, unos de los mejores regidores que ocuparon la primera magistratura municipal en Navarra en los años no fáciles de la Transición y de la posterior consolidación democrática. En una villa que, por razones históricas y otras más, pudo ser seriamente conflictiva, la rectitud, la bonhomía, la serenidad y el sentido de la concordia de Carmelo con todos, comenzando por la oposición municipal, hizo de ella un caso ejemplar de convivencia y de buen trabajo. Siempre amable, siempre presto, siempre positivo, siempre cercano. Otros podrán decir mejor que yo los frutos concretos y tangibles recogidos en Fiitero gracias a esa actitud y esa conducta, que han seguido siendo recordadas, elogiadas y algunas veces, ay, echadas en falta con nostalgia entre sus paisanos. Hoy he visto en las calles del pueblo, en las cercanías de la Casa Consistorial, en los pasillos y estancias de la misma, en la capilla ardiente -demasiado bulliciosa para mi sentido ritual- y, no digamos, en la esplendorosa iglesia monacal, la respuesta masiva, afectuosa, verdaderamente condoliente del pueblo que le votó o no le votó, que le respetó y que, de un modo u otro, le estimó y quiso como vecino, padre de familia, alcalde y ex alcalde. Todo el campo, regado o no por el Alhama -del que Carmelo fue un profesional cualificado-, en este día estallado de primavera, olía a resurrección y transparentaba la alegría contagiosa de este segundo domingo de Pascua. Día para mí no sólo de muy fuertes emociones, sino también, e inseparablemente, de intensos recuerdos, confirmadas convicciones y arreciados propósitos.Y la pena de no haber compartido con él alguno de sus penúltimos ratos de vida, pensando, tal vez con demasiada comodidad, que podríamos vernos más tarde. El “mañana, mañana” de todos los perezosos, siempre remordidos.

La Segunda República

Acababa de celebrarse en Barcelona la segunda Asamblea de Parlamentarios, esta vez no sólo catalanes, sino de toda España (17 senadores y 55 diputados), desde carlistas a socialistas; asamblea que disolvió en persona el gobernador civil de la provincia, y futuro ministro conservador, Leopoldo Matos. Había sido una iniciativa de dos políticos de la Lliga Regionalista, Abadal y Cambó, para promover la autonomía de Cataluña y el proceso regionalista y renovador en todo el país. Pocos meses más tarde, el mismo Cambó y otros próceres de su partido entraban a formar parte en los Gobiernos conservadores o de concentración nacional, de España, hasta la llegada de la Dictadura. Algunos mauristas jóvenes y dinámicos, como los futuros y célebres republicanos, Ángel Ossorio y Gallardo y Miguel Maura, éste último hijo menor de don Antonio, no estaban de acuerdo con la ausencia de su movimiento (más que partido) en esa Asamblea, que para ellos era un momento y sobre todo un signo de renovación de la triste y anquilosasda vida política española. Escribía el 23 de julio de 1917, a su hermano mayor, Gabriel, también diputado maurista, el entonces concejal de Madrid y diputado a Cortes por Pego, Miguel Maura Gamazo, futuro ministro republicano en 1931: “Si el Rey se pone al frente de ese movimiento renovador, sinceramente renovador hoy por hoy, podrá hacerse la revolución sin cambio de régimen y en paz; si no…, cree Salvatella [diputado republicano, pronto ministro de un Gobierno liberal], y cree todo el mundo, que es cuestión de tiempo el desastre del régimen“. El desastre lo habían generado, entre otras causas más estructurales, el fracaso del turno político de la Restauración, al menos desde 1909; la guerra interminable de Marruecos; la insensibilidad social y regional de los dos partidos turnantes así como de las fuerzas que les arropaban; el movimiento anarquista sobre todo en Andalucía y Cataluña, convertido en Barcelona en una crónica negra de pistolerismo entre patronos y obreros; la división del ejército… Sólo faltaba la Dictadura de Primo de Rivera para que el desastre fuera completo. Aquel ministro señorito, ex monárquico, odiado por sindicalistas y huelguistas, que mandaba la y a la guardia civil y policía, causantes de numerosos muertos y heridos en los primeros meses del nuevo régimen, lo había anunciado con catorce años de antelación.

Sábado de Pascua (Luc 24, 36-43; Jn 20, 19-23)

Las puertas cerradas, candadas de miedo,
velan los discípulos su triste orfandad.
Jesús se presenta, sorprendiendo a todos
con su acostumbrado saludo de paz:
la paz, que es presencia de Dios en la tierra,
sentido y aliento de la humanidad.

Ellos, asombrados, cautos, recelosos,
anque entusiasmados de verle llegar,
dudan de que sea aquél a quien vieron
hace cuatro días llevarlo a matar.

Y el Maestro amable les muestra su cuerpo,
que es de carne y hueso, y no fantasmal:
sus pies y sus manos, a la cruz clavados,
su costado abierto después de expirar.

Es el mismo Cristo, con el que vivieron,
que habla y que come como un hombre más.
Por Dios levantado de la misma muerte,
para siempre es hombre y hombre celestial.

Su cuerpo glorioso, sin tiempo ni espacio,
le hace poderoso, le hace inmaterial.
Es la vida misma venciendo a la muerte.
Es primicia humana de la eterrnidad.

Viernes de Pascua (Mc 16, 12-13; Luc 24, 13-35)

Los dos discípulos de Emaús
se “escandalizaron” de Jesús:

el Profeta, a quien crucificaron,
con lo que sus sueños se esfumaron.

Porque habían esperado en él
como libertador de Israel.

Se lo contaban a un peregrino
al que encontraron en el camino,

quien explicaba las profecías
por las que el Cristo padecería.

Les abrasaba su corazón
aquella ciencia y aquella unción.

Junto a la aldea, quiso alejarse,
mas le insistieron para quedarse.

El peregrino les partió el pan
con tan ardiente fervor y afán,

que los sentidos se les abrieron
y a Jesús mismo reconocieron.

El peregrino despareció
mientras el gozo les estalló.

Y se volvieron a la ciudad
para contarles la novedad

a los amigos que estaban juntos,
entre contentos y cejijuntos.

Unos hablaban de apariciones
y otros hacían sus objecciones.

Y les contaron los de Emaús
cómo se encontraron con Jesús.

Jueves de Pascua (Mc 16, 1-11; Mt 28, 1-10; Luc 24, 1-12; Jn 20, 1-10)

Las tres amigas,
la madrugada
del tercer día,

van al sepulcro
llevando aromas
para el difunto.

Un leve exceso:
¡sólo unas horas
tras el entierro!

Un poco “locas”:
¿Quién correría
la gruesa losa?

Pero, al llegar,
ven el sepulcro
de par en par.

Un ángel blanco
les da la nueva:
¡Resucitado!

En Galilea
le podrán ver,
y les espera.

Muertas de miedo,
las tres mujeres
salen corriendo.

Llenas de gozo,
a los discípulos
les cuentan todo.

Ellos no creen
lo que les cuentan:
¡Al fin, mujeres!

Pedro y Juan corren
entre gozosos
y entre escamones.

Todo es muy cierto.
Y, al ser varones,
se da por bueno.

* * *

Las tres mujeres
son las primeras
y las más fieles.

Ellos las siguen,
siempre los últimos
en decidirse.

Luego las dejan
a retaguardia
o en la reserva.

Santas Marías,
a todas horas,
todos los días.

Mujeres santas,
junto a la cruz,
junto a la Pascua.