La Segunda República

Acababa de celebrarse en Barcelona la segunda Asamblea de Parlamentarios, esta vez no sólo catalanes, sino de toda España (17 senadores y 55 diputados), desde carlistas a socialistas; asamblea que disolvió en persona el gobernador civil de la provincia, y futuro ministro conservador, Leopoldo Matos. Había sido una iniciativa de dos políticos de la Lliga Regionalista, Abadal y Cambó, para promover la autonomía de Cataluña y el proceso regionalista y renovador en todo el país. Pocos meses más tarde, el mismo Cambó y otros próceres de su partido entraban a formar parte en los Gobiernos conservadores o de concentración nacional, de España, hasta la llegada de la Dictadura. Algunos mauristas jóvenes y dinámicos, como los futuros y célebres republicanos, Ángel Ossorio y Gallardo y Miguel Maura, éste último hijo menor de don Antonio, no estaban de acuerdo con la ausencia de su movimiento (más que partido) en esa Asamblea, que para ellos era un momento y sobre todo un signo de renovación de la triste y anquilosasda vida política española. Escribía el 23 de julio de 1917, a su hermano mayor, Gabriel, también diputado maurista, el entonces concejal de Madrid y diputado a Cortes por Pego, Miguel Maura Gamazo, futuro ministro republicano en 1931: “Si el Rey se pone al frente de ese movimiento renovador, sinceramente renovador hoy por hoy, podrá hacerse la revolución sin cambio de régimen y en paz; si no…, cree Salvatella [diputado republicano, pronto ministro de un Gobierno liberal], y cree todo el mundo, que es cuestión de tiempo el desastre del régimen“. El desastre lo habían generado, entre otras causas más estructurales, el fracaso del turno político de la Restauración, al menos desde 1909; la guerra interminable de Marruecos; la insensibilidad social y regional de los dos partidos turnantes así como de las fuerzas que les arropaban; el movimiento anarquista sobre todo en Andalucía y Cataluña, convertido en Barcelona en una crónica negra de pistolerismo entre patronos y obreros; la división del ejército… Sólo faltaba la Dictadura de Primo de Rivera para que el desastre fuera completo. Aquel ministro señorito, ex monárquico, odiado por sindicalistas y huelguistas, que mandaba la y a la guardia civil y policía, causantes de numerosos muertos y heridos en los primeros meses del nuevo régimen, lo había anunciado con catorce años de antelación.