El silencio y el habla en la tradición benedictina (I)

 

                      Escucha es la primera palabra de la Regla de San Benito. La vida monástica es un entrenamiento en el arte de escuchar, que empieza por el silencio, se desarrolla con la atención y se perfecciona con la comunicación. En el capítulo 4º san Benito insta a los monjes a no hablar en exceso, a no tener conversaciones maliciosas o tontas, y a no reír a carcajada tendida, sin ton ni son.

El silencio, al que he dedicado mucho espacio en este Cuaderno, es un recurso menguante en el mundo contemporáneo. El ruido es muchas veces necesario e inherente al progreso científico y técnico, pero otras veces un medio para huir del silencio o para no escuchar nuestra voz interior.

El silencio puede ser pleno y consciente, o un medio de comunicación sin interferencias.

San Benito insistía en que los monjes se escucharan unos a otros. Todos al abad, que ocupa el lugar de Cristo; los mayores a los jóvenes, porque Dios  les revela a menudo el mejor camino, y todos a todos.

El habla debe surgir de la humildad y estar al servicio de la verdad, y todos deberíamos tener a una persona a quien podamos ser  plenamente sinceros sobre nosotros mismos.

Si el uso más elevado del lenguaje es la alabanza a Dios, enseñar a los demás no puede andarle muy a la zaga. La tradición monástica hace hincapié en el deber del superior de enseñar tanto con la palabra como con el ejemplo.