Justicia y responsabilidad

Nadie como el sabio poeta y político ateniense Solón supo cantar en la antigüedad, siguiendo el ejemplo y la inspiración de Hesíodo, la interdependencia de la persona y su destino en relación con la vida de la comunidad. Es imposible, según él, pasar por encima del derecho, porque, tarde o temprano, siempre sale triunfante. Cuando la hybris (exceso) ha traspasado los límites fijados por la justicia, llega el castigo en forma de desorden en la comunidad, porque el mal social es como una enfernedad contagiosa que se expande por la ciudad entera. La injusticia sólo puede mantenerse por breve tiempo. Antes o después, llega la Diké (la diosa Justicia). O, según otra expresión, de Zeus, dios supremo, nadie escapa. Unos expían pronto, otros más tarde, y, si el culpable escapa de la pena, la pagan en su lugar sus inocentes hijos y los hijos de sus hijos. Como se ve, no toda la culpa la tienen los dioses, como enseñaba la arcaica religión griega, que ya se había atrevido a refutar Homero en la Odisea. Refiriéndose a la tiranía de Pisístrato, escribe Solón: “Si por vuestra debilidad habéis sufrido el mal, no echéis el peso de la culpa a los dioses. Vosotros mismos habéis permitido a esta gente llegar llegar a ser grande cuando le habéis dado la fuerza cayendo en vergonzosa servidumbre”. Los dioses son meros ejecutores del orden moral, que es idéntico a la voluntad de los dioses. Mas el sabio griego por excelencia sabe muy bien que tampoco todo depende del pensamiento y del esfuerzo humano: “Nosotros, mortales, buenos y malos, pensamos que alcanzamos lo que esperamos; pero viene la desdicha y nos lamentamos.(…) Por muchas que sean sus previsiones, no puede éste [el hombre] apartar la desventura“. Aun así, esto no anula la responsabiliad del hombre ni es motivo alguno para la resignación y la renuncia al propio esfuerzo, como sostenían ciertos poetas jónicos de su tiempo. Y pregunta a sus oyentes, coincidiendo notablemente con los profetas coetáneos o predecesores de Israel, si lo que no tiene razón alguna para el pensamiento humano no puede aparecer inteligible y justificado desde el punto de vista de la divinidad. Por ejemplo, la aspiración común a la riqueza no tiene medida ni fin. ¿Quién podría satisfacer los deseos de todos? La solución se halla más allá de nuestro alcance. Cuando el demonio de la ceguera nos invade, crea la mismo tiempo un nuevo equilibrio y nuestros bienes pasan a otras manos. Una penetrante interpretaciónn de la divina Moira (el destino) como fuerza de equilibrio necesario entre las diferencias económicas y de todo género, inevitables entre los hombres.