Archivo por meses: diciembre 2012
Mis héroes de hoy
II Domingo de Adviento
(Luc 3, 1-6)
Bautizaba Juan en el Jordán.
Le llamaban el bautista, el inmersor,
el zambullidor de pecadores en sus aguas.
Cerca del desierto adusto
que baja de los montes de Judea
hasta el borde noroeste del Mar Muerto.
Juan, profeta austero, apocalíptico,
pelo de camello, y correa de cuero a la cintura,
comía saltamontes, y en días de fortuna
miel silvestre.
Bautizaba el inmersor
con el agua lustral y feraz de los espíritus:
un bautismo singular,
definitivo,
para el perdón total de los pecados,
con la alegre esperanza de escapar
al tremendo castigo de Yahvé
en el juicio inminente,
y compartir así la suerte de los justos
bendecidos con la vida y la fuerza del Altísimo.
Siguiendo a los profetas de Israel,
que anunciaban la llegada de Yhavé
por salvar a los suyos,
Juan abría el camino al Salvador:
una calzada recta,
un camino fácil y andadero,
sin pendientes ni barrancos,
sin colinas ni cerros que doblar,
sin breñas ni barzales,
para que todos vieran a su Dios,
que vino, que viene y volverá a venir.
Que Dios siempre está viniendo.
Inmaculada
Inmaculada:
alba sin velos,
día sin noche,
luna sin manchas.
Cielo sin nubes,
mar sin tormentas,
río sin prisas,
fuente que salta.
Camino libre,
valle sin sombras,
campo sin puertas,
puerto sin trabas.
Virgen que espera,
Madre esperada,
La sinpecado:
Inmaculada.
Lo del PSC no es de hoy
De la hispanidad de Navarra
Liberales de España
Liberales de España, pordioseros,
“la realidad -decís- se nos impone”;
pero esa realidad, Dios os perdone,
es la majada de la que sois carneros.
Como estáis solos, ¡oh, legión de ceros,
nos valéis nada, ni hay quien eslabone
vuestra cadena ni el cantar entone
que hace mover el remo a los remeros.
Liberales de España, cortesanos
no de la espada, de la teresiana,
comprendo al fin que no sois mis hermanos;
echáis la siesta con heroica gana,
guardáis la lengua en las temblonas manos
y dais al esquileo vuestra lana.
El Capital
San Francisco de Javier
I Domingo de Adviento
Muchas veces en la historia de los hombres
hubo grandes señales en el sol,
la luna y las estrellas.
Las gentes, angustiadas, consternadas,
perdieron el aliento a causa del terror
y muchas perecieron sin remedio,
sin que nadie les dijese el porqué
de su infortunio.
Nadie, en ningún momento,
-¡qué más hubiesen deseado todos ellos!-
vio venir sobre una nube
con gran poder y majestad
al llamado Hijo del Hombre
sobre la tierra.
¿Un adviento es la vida?
Una corta vigilia, más bien,
entre mil sueños,
crápulas, embriagueces, y afanes numerosos,
donde se ofuscan nuestros corazones.
Vivimos y esperamos
seguir viviendo,
porque imposible es vivir
sin esperar,
pero al Hijo del Hombre
no parece que esperemos.
Cada día que pasa ¿a quién llamamos?
¿qué buscamos de continuo y qué pedimos?
Quizás antes que vuelvan
los mares a bullir,
las tierras a temblar,
los cielos a estrellarse,
nos cazará la muerte con su lazo
y entonces, sí,
seguro que veremos
al que nunca esperamos,
tan cierto, al menos, tan viviente,
venir hacia nosotros.
Y nos pondrá de pie
y tendremos la plena garantía
del genuino Hijo del Hombre,
que al fin nos librará
del miedo y la ansiedad
por los siglos sin fin.