Archivo por meses: octubre 2012

Los alumnos catalanes

¿Se enseña y se anima a los alumnos catalanes a conocer y amar a Cataluña? ¿Es decir, a cultivar su identidad catalana? ¿Es eso acaso un adoctrinamiento, una actividad neofranquista? ¿Se enseña y se anima a los alumnos catalanes a conocer y amar a España y a Europa? ¿Es decir, a cultivar su identidad española y europea? ¿Querer y pedir esto es  una recentralización, una barbaridad, algo preconstitucional incluso? ¿No es precisamente algo profundamente constitucional? ¿Algo moralmente obligatorio para toda escuela catalana? ¿Es acaso España -nación, si se quiere, de naciones- indigna de que la conozcan y amen los alumnos catalanes? Que el ministro, en estas circunstancias, y sabiendo, como buen sociólogo que es, lo que las palabras dicen o parecen decir, podría haber empleado otra expresión más política, más convincente, es cierto. Pero, oida la explicación parlamentaria consecuente, reafirmada poco después fuera del Parlamento, ¿no habrá puesto el dedo de la dialéctica en la llaga de las llagas de nuestro sistema político autonómico? ¿Alguien puede pensar que a todos los alumnos en cualquier punto de España no se les debe enseñar y animar a conocer y amar a todas las Comunidades españolas, Cataluña entre ellas? – Hace muchos años que Francesc Cambó y un buen grupo de catalanistas quisieron catalanizar España, no  sólo a los alumnos españoles. Y lo explicaban. Nadie lo juzgó disparatado, ni injusto, ni mucho menos preconstitucional.

Una sociedad enferma (V)

Reconoce nuestro sociólogo el impacto de la crisis en la identidad de España, como nación una y soberana, configurada en Comunidades Autónomas (que no Autonomías!) y que el embate que ha sufrido y sigue sufriendo ha sido motivado esta vez por la deuda de las Comunidades Autónomas. Pero no basta con recordar que Cataluña haya reaccionado con indignación y haya vuelto a denunciar la confusión entre las llamdas Comunidades históricas (un gran bulo, fuera de los Estatutos de los años treinta) y las Comunidades artificiales (¿artificial es Navarra, Asturias, Aragón o Castilla?), responsabilizando a éstas del fracaso común, o que haya crecido la opción de la independencia de Cataluña, como todos estos días nos lo van repitiendo con pocas muestras de rigor científico. Habría que hacer ver al mismo tiempo la  inmensa deuda de esa misma Cataluña (que acaba de recibir la primera entrega del Fondo de Liquidez del Estado) y las causas de la misma. Ayer mismo un programa televisivo nos ponía delante de los ojos las cinco delegaciones de la Generalidad fuera de España y las muchas más oficinas comerciales, los cinco canales de televisión y tres cadenas de radio, los mil consejeros comarcales… Bueno será también recordar el fracaso político y económico del actual Gobierno catalán, endosado siempe al anterior, que lo quiere ocultar con los fuegos patrióticos de la reivindicación identitaria,  y que  el sistema de fnanciación autonómica con los Gobiernos de González, Aznar o Zapatero, ha tenido siempre el visto bueno de la Generalidad, a veces en contra de otras Comunidades Autónomas, antes de llegar a la deriva independentista actual. Pero mucho más extendida en toda España está la convicción (¡no sólo el sentimiento!) contraria:  la del despilfarro autonómico, comenzando por Cataluña, de recursos mil, con un número de asesores, funcionarios y servicios siempre en aumento, muy por encima, proporcionalmente, de cantones, provincias, länder o regiones de Estados federales europeos, en un país como España, con  niveles salariales de todo tipo inferiores a la media europea e inferiores porcentajes del PIB dedicados a educación, cultura e investigación científica. Por eso, ya en julio de este año, según la encuesta del CIS, los partidarios del Estado actual autonómico (¡que no de las autonomías!) eran un 30´8% y los que pedían más autonmía, un 12´3, mientras que los que querían menos autonomía (es decir, competencias autonómicas) llegaban al 17´1% y los que no querían ninguna autonomía, al 21´9. Según la útima encuesta de septiembre, éstos útimos no hacen más que crecer.


Socialismo y Nación

Al periodista cántabro Luis Araquistain, ex diputado por Bilbao y ex embajador, candidato entonces a diputado por Madrid-capital, y asesor privilegiado del presidente del PSOE, Francisco Largo Caballero, le dio por hablar sobre este tema, del que pocos socialistas solían hablar, con excepción de Indalecio Prieto. Fue en un mitin electoral en el Monumental cinema, el sábado, 17 de noviembre de 1933, con seis compañeros más como oradores, entre ellos, Caballero. Quienes niegan la compatibilidad de socialismo y nación -comienza diciendo- son los que pertenecen a los más siniestros organismos internacionales: la Compañía de Jesús y la Iglesia de Roma, los mismos que quieren entregar a la usura extranjera los terrenos conquistados por la Reforma Agraria. Uno de los motivos que le impulsaron a entrar en el partido socialista fue ver en sus viajes  por el exttraanjero el menosprecio (…) hacia la cultura y la economía españolas. El internacionalista que es este ya ex embajador de la República en Berlín menciona las razas (negra y amarilla) sometidas por el imperialismo blanco, y también  las naciones proletarias dominadas por las potencias de primer orden. Esto lo rechaza el socialismo. Pero el socialismo no qiere suprimir las naciones, en tanto son resultado de la Naturaleza. Ya lo dijo Jaurès: Todas las patrias son cuerdas vibrantes de la Humanidad. El socialismo no pretende destruir la nación con la lucha de clases. Al contrario, nosotros somos quizás más españoles que los demás españoles porque por nuestra sensibilidad y nuestro destino, vinculado a la clase trabajadora, sentimos como nadie sus miserias. Los socialistas quieren crear una nación y acabar con las clases en la misma, y que la cooperación internacional acabe con la división entre las naciones burguesas y las naciones proletarias. Pero al final de su breve perorata se rompe el fino hilo, posible conductor de su pensamiento jauresiano y se impone la política del mitin electoral socialista: Dos Españas están frente a frente: la España monárquica de las derechas y de los republicanos traidores a la República frente a la Esña a la que él pertenece. Votad termina diciendo- por la España socialista.- Y yo me pregunto desde hoy y desde aqui: ¿Es que sólo la España socialista era la cuerda vibrante, de la que hablaba el socilalista francés? ¿Sólo ella era el resultado de la Naturaleza? ¿No había nada ni nadie, español, que unía desde siglos a esas dos Españas?

Los obispos defienden la unidad de España

Ya están los diarios anticlericales poniendo el grito en el infierno porque dicen que los obispos (es decir, la comisión permanente de la Conferencia Episcopal) han actuado como un partido político porque, en una nota pastoral, tras mostrar la gran inquietud que les causan las políticas encaminadas a la desintegración unilateral de la unidad del pueblo español, han escrito una frase en la que dicen, sin mencionar directamente a nadie, que se debe preservar el bien de la unidad, al mismo tiempo que el de la rica diversidad de los pueblos de España. Qué horror ¿verdad? Cuando  tantos políticos, empresarios, periodistas, intelectuales … españoles en Cataluña no han dicho ni mú sobre el asunto, vienen los obispos y sueltan esa herejía política, después de reconocer, además, en principio, como ya lo hicieron el año 2006,  la legitimidad de las posturas nacionalistas verdaderamente cuidadosas del bien común. Añaden una consideración de sano realismo social: Ninguno de los pueblos o regiones que forman parte del Estado español podría entenderse, tal y como es hoy, si no hubiera formado parte de la la larga historia de unidad cultural y política de esta antigua nación que es España. Ya en septiembre de  2002 los diarios anticlericales dijeron algo parecido cuando los obispos españoles escribieron que Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves  consecuencias que esta negación podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable. Nada nuevo en la historia de la Iglesia. Todos los obispos del mundo, estén donde estén, y mientras la voluntad muy mayoritaria del país no decida otra cosa, se sienten unidos a sus pueblos, defienden su unidad y su convivencia, aunque, en su caso, deban ser respetuosos con posteriores decisiones sobre un status diverso. Eso mismo hicieron los obispos italianos en mayo de 1996 al criticar los propósitos xenófobos y separatistas de la Liga Norte. Y el mismo papa Juan Pablo II -al que algunos clérigos catalanes atribuyen  la defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos, como la atribuyen a los documentos de la ONU- elogió, unos días después, ante 300 obispos italianos, la gran herencia de fe, cultura y unidad que constituye el patrimonio más precioso del pueblo italiano (…) y de la amada Nación italiana. Yo me pregunto si el día hipotético en que, por ejemplo, la provincia de Tarragona o el cinturón industrial de Barcelona anunciara su voluntad de separarse de la Comunidad Autónoma de Cataluña, con las graves consecuencias que eso tendría, los obispos catalanes no podrían decir sobre Cataluña, sin que nadie pusiera su grito en el infierno, lo que acaban de decir los obispos españoles refiriéndose a toda España. Qué patriotas serían entonces, ¿verdad? O, si no pudiera decir algo parecido el cardenal de Barcelona, si el barrio de Pedralbes, por ejemplo, anunciara unilaterlmente, con las graves consecuencias que eso tendría, su separación del municipio de la capital. ¡Un poco de sentido común, por favor!

Una sociedad enferma (IV)

Que el impacto de la gran crisis en las instituciones democráticas sea grande, no hay nadie que lo dude. Otra cosa es el volumen y la duración del impacto, cuyo conocimiento nos haga conocer igualmente el deterioro real, habitual, de esas instituciones, con crisis económica o sin ella. Ya la Encuesta Europea de Valores en 1999 reveló que,  con la excepción de los sistemas de enseñanza y de sanidad, de seguridad social y la policía, todas las demás instituciones no merecían la confianza de los ciudadanos. Y entonces no había crisis. Los últimos puestos los ocupaban la Iglesia, la Prensa, la Administración Pública, las grandes empresas y, sobre todo, los sindicatos. Qué quiera decir esto no es fácil interpretar. ¿Acaso los españoles han dejado desde entonces de leer periódicos? Y la Iglesia ¿pasó tan pronto de ser una institución muy respetada a ser abominada? Sea lo que sea, el sondeo de Metroscopia de junio de 2012, citado por nuesto sociólogo, confirma que el 62% de los españoles piensan que sus instituciones públicas no están a la altura de las circunstancias, y que sólo un 9% se sienten protegido por ellas. Según ese reciente estudio, la inmensa mayoría piensa que funcionan bien los médicos, los científicos, los profesores, las pequeñas y medianas empresas, la policía de nuevo, la guardia civil, las organizaciones no gubenamentales y Cáritas (obra, por cierto, de la Igiesia). Y otra vez, a la cola, están el Gobierno (la Administración Pública, especialmente la Justicia), la organización patronal, los obispos, el Parlamento, los bancos y, en útimo lugar, los partidos políticos. Coincide en lo fundamental el baremo del CIS, de mayo de este año, que confirma la confianza de los españoles en los bomberos (la cifra más alta: 93%), los médicos de nuevo, las Fuerzas de Seguridad… y  su desconfianza máxima en la justicia de los jueces. La deconfianza de los ciudadanos en los partidos políticos y en la política es fácil de entender, ya que los numerosos casos de corrupción pública y la baja moral y baja capacidad de muchos de nuestrros políticos les dan cada día abundantes motivos de repulsa. Con todo, no repercute gran cosa en la abstención ante las elecciones  de todo nivel. La caída en la estimación de la Monarquía, (siempre alta fuera de España) hasta hace poco  también en muy alta estima, es probable que se deba a coyunturales razones, de todos conocidas. Creo que la desestima tan profunda de la Justicia va mucho más allá del caso Garzón, citado por G. Anleo, y tiene mucho más que ver con ciertas experiencias directas que tiene la gente de una injusta administración de la  justicia, además de actuaciones disparatadas en torno a terroristas de ETA, muy anteriores  al caso Garzón y al escándalo del piadoso Divar, amén de otros casos más recientes. No creo, en resumen, que pueda explicarse esta variedad de confianza / desconfianza de nuestro pueblo por la anomia o rechazo de ley, disciplina, autoridad…, aunque tampoco es probable que haya desaparecido  del todo el hondo fondo anarcoide que ha caracterizado durante décadas a muchas de nuestras gentes. El aprecio por las Fuerzas de Seguridad, salvo en alguna parte de España, así como  por los profesores y científicos, contradice el solo criterio anómico. Que la opinión popular esté cerca de quien la protege, sean bomberos, médicos o guardia civil, es, de suyo, comprensible. Que no se sientan protegidos, comprendidos, aceptados o animados por la Justicia, la Política o la Religión…, es algo que los jueces y magistrados, políticos de toda especie  y miembros mil de las Iglesias deberán pensarlo muy concienzudamente.

Interés general

No sé qué contestarían hoy los españoles si les preguntáramos directamente si creen que los políticos, o tal o cual político, buscan el interés general. Posiblemente, lo primero que nos pedirían es que explicásemos qué entendemos por interés general. Ahora que ya estamos en campña electoral en Galicia y en Euskadi, me encuentro con un texto de un candidato socialista de postín en las elecciones de 19 de noviembre de 1933, un candidato que no ganó el escaño en Bilbao, donde sí lo obtuvo su patrón, Indalecio Prieto, y los dos grandes pesos pesados del republicanismo de izquierda, Manuel Azaña y Marcelino Domingo, llevados por Prieto, siempre favorable a la conjunción republicano-socialista, a darles un escaño en su feudo local. El candidato  susodicho era el bilbaíno Julián Zugazagoitia, periodista, director por entonces de El Socialista, buen escritor y polemista sin rival. El jueves, día 16 de noviembre, a tres días de la votación, hacía en su periódico una curiosa  y provocadora presentación electoral, bajo la rúbrica Del candidato a los electores: Con la necesaria claridad para evitar errores. Este era el mensaje principal: los socialistas apelan todavia a las urnas, porque entienden que pueden ser un instrumento real. Y lo explica sincero: Allá donde  quepa luchar, lucharemos, pero sin renegar de otros sistemas de lucha. No es obligado que nos atengamos a una sola dimensión. Podemos usar de todas. Nada nos lo prohíbe. Y, para  terminar, la necesaria claridad de la que se envanecía: No quiero defraudar a nadie. De un diputado se dice que representa a un distrito. Yo no. Siendo diputado por Badajoz, representé a mis compañeros: si soy diputado por Bilbao,  a ellos será a qienes represente. A nadie más. No creo en el interés general. Clases antagónicas no pueden tener intereses comunes. (…). Está claro qué soy y cómo soy. Soy lo que son mis camaradas.

Esta tarde perfecta de octubre

Esta tarde perfecta de octubre.
Este sol como un baño templado,
y el vientecillo suave, complaciente.
Esta inmensa quietud.
Este hondo vivir
mi existencia gozosa en el mundo…
¿Para qué, Dios mío, para qué,
si no estás Tú
dando a todo el último sentido?

(En la fiesta de San Francisco de Asís)

El soberanismo de Urkullu

El soberanismo es una palabra acuñada mayormente por el PNV para evitar decir independentismo, el independetismo que acaban de heredar de ERC los hasta ahora autonomistas-confederalistas de CIU, y superar el autonomismo, que no el federalismo, al que nunca los peneuvistas se apuntaron. Pero el soberanismo, como dirá luego el entrevistado, no está reñido con la independencia: se consigue mediante la independencia o cualquier otra fórmula. El fin de este bifronte nacionalismo vasco es el poder soberano (supremo) de Euskadi. En una entrevista amable que le hace EM, el candidato a presidir  el país en las próximas elecciones, y presidente actual del PNV, contesta amablemente también. Dejados atrás la independencia profetizada por Arzallus para el año 2004, y el Estado libre asociado de Ibarretxe, abortado antes de nacer, en 2007, Urkullu se refiere al nuevo reto-meta de su partido para el año 2015: un Acuerdo que contemple la relación bilateral y un sistema de garantías reciproca entre las administraciones vasca y española. Pero lo que le pasa al burukide vasco es que, huyendo de la realidad, cree que Euskadi es un Estado, que busca relacionarse de tú a tú con otro Estado.  Y es que Euskadi es una Comunidad Autónoma, todo lo específica que se quiera, pero nada más, dentro de España, como las Encartaciones son una comarca de Vizcaya y no una Comunidad Autónoma, o Abando es un barrio de Bilbao y no un ayuntamiento. En cuanto a la institucionalización de las relaciones entre la C.V. Vasca y la Comunidad Foral de Navarra por medio de un Órgano Común de colaboración -que echó abajo el Congreso de los Diputados, no sólo el PSN, en 1997- no es imaginable siquiera, mientras unas cuantas fuerzas políticas vascas sigan persiguiendo la independencia de España y la integración de Navarra en Euskadi para hacer aquélla más fácil. En lo que atañe al deseo de la incorporación del Derecho a decidir (es decir, el derecho  de autodeterminación) al ordenamiento jurídico español, dentro del susodicho Acuerdo, es pensar en lo excusado. Ningún país del mundo lo incorpora. Una Comunidad tiene el derecho a decidir dentro del marco de su competencia, como toda institución humana y aun todo hombre sobre la tierra, pero no el derecho a independendizrse, si no es con el consenso de todas las demás Comunidades, de todo el resto de los españoles. Tampoco Abando tiene de por sí el derecho de decidir separarse de Bilbao, ni las Encartaciones separarse de Vizcaya. La falta de realismo político de este hombre serio y elegante tiene como otro botón de muestra su rechazo a la fórmula resto de España; sólo admite decir resto del Estado, como si el Estado (Estado español) no se llamara España, país, nación y  Estado, miembro de la ONU y de la Unión Europea. Urkullu y muchos peneuvistas como él no toleran la nación española, con cinco siglos de existencia, como si sólo fuera Estado: una mera estructura jurídico-política abstracta, aunque luego, contradictoriamente, algunos de elllos se adhieran a la fórmula “España, nación de naciones”. Como si pertenecer al Estado español no les hiciera españoles. Y es que desde su fundador tienen como dogma primero y principal de su partido ser vascos y sólo vascos. Ésa identidad mantienen y quieren mantener.

Una sociedad enferma (III)

España es el país del mundo, en el que los cambios estructurales, sociales y políticos han sido, si no caóticos, sí más rápidos y bruscos, escribía Ronald Inglehart, director de la Encuesta de Valores. Anleo recuerda, por su impacto positivo en las instituciones, en el Estado de bienestar, en la educación, en la familia y en la sociedad en general estos cinco cambios: el salto económico a una sociedad de consumo e masas; la transición política a un Estado democrático de derecho; la escuela de masas; las desproletarización y ascenso al club de países de clase media, y la ampliación del papel de la mujer hacia cotas de mayor igualdad y de participación en la vida pública. Pero deja de notar, como sugiere Inglehart, esa brusquedad de los cambios habidos en España, rayana en el caos, que ha lastraddo todos y cada auno de esos cambios, que o no fueron  tan serios y eficaces como a primera vista parecen, como tendríamos ocasión de comprobar, si fuéramos analizando todos y cada uno de ellos: el salto económico tuvo grandes fallos de estructura; en la transición política no todo fue orégano, como estamos viendolo hoy día; la escuela de masas se quedó a veces sólo en eso… El sociólogo Bericat, coordinador del trabajo El cambio social en España, que veía a los españoles más libres, más prósperos, más educados, más iguales, más cultos y ello en un ambiente de paz, respeto a los derechos humanos, libertad y seguridad, sólo interrumpido esporádicamente por la violencia de ETA, dijo, en general, una verdad comprobable, pero las excepciones eran tantas, que su juicio merece ser examinado atentamente y reducido, proporcionalmente, a la realidad. El milagro español puede ser reducido a esa clase de milagros que esstudian hoy los biblistas con el método histórico-crítico, reductor… de los milagros. Baste citar ahora esa gran consigna, ideal y programa de la Transición, que se llamó la Reconciliación, y ponerla a prueba hoy mismo en las Cortes, en los partidos y sindicatos, en la calle… para ver qué valió y dejó de valer, qué supuso entonces y qué queda de ella, no sólo por la persistencia de ETA y sus muchos brazos  políticos, sociales y culturales, que hoy campan a sus anchas. Y lo mismo podemos decir de la economía productiva, de la debilidad de nuestra educación personal y colectiva, de la libertad concebida como capacidad individual sin límites, de los derechos sin deberes, del feminismo rampante sin verdadero arraigo en los valores esenciales de la mujer… Pienso que el punto de partida ha sido mal fijado, que toda la Transición ha sido desmesuradamente valorada, y que, por eso, la crisis general de hoy es una buena estación de análisis y reflexión.