Archivo por meses: diciembre 2007

Adviento. 5

    Es tiempo de silencio.
Palidece el otoño en los campos.
La soledad es grata, saludable,
y asciende a las montañas
la expectación alacre de la nieve.
Tentado siempre por la melancolía,
sabe el hombre de fe
que en el ritmo fatigante de las viejas estaciones
late la misma vida inextinguible
que Dios sembró en la serna ubérrima
                                                    del cosmos.
La creación avanza sin descanso.
La creación se forma y se transforma
en el juego ritual de las edades.
Nada antiguo se pierde.
Nada nuevo contradice
la fuerza y la expansión de lo creado.

Adviento. 4

    Ahora mismo acontece el adviento.
Ahora mismo
está viniendo el que vino
y el que viene
y el mismo que vendrá.
El ahora es la flor
total y luminosa
en que se abre el pasado
y lleva oculto el fruto venidero.
Todo ocurre a la vez
en el hombre creyente.
Todo crece y avanza hacia el fin,
que no cesa.
La esperanza amorosa mantiene la presencia
cada día más viva del Viniente.
La segunda venida
será sólo
su final deslumbrante.

Adviento. 3

    Se ha hecho tiempo y espacio.
No podemos dejar en la penumbra
el espacio, que Newton celebrara
como cuerpo de Dios.
El adviento perdura y fructifica:
en su ámbito somos y vivimos,
amamos y esperamos.
El cuerpo del que vino es el eje del mundo,
el lugar de la gracia y del encuentro.
Él bendice lo que estaba maldito,
vivifica lo que estaba ya muerto.
Él alegra el paisaje:
                         no hay paisaje sin él.
Si en su tiempo vivimos,
de su espacio a la vez participamos:
coetáneos, también coespacianos
del adviento de Dios.

Adviento. 2

   El tiempo, activo todavía,
ya no es el tiempo ciego
que anula al precedente,
que lo arroja a la sima del pasado
para pasar a ser
devorado de nuevo.
El tiempo, padre de la historia,
ya ha encontrado su quicio,
su sentido, su centro y referencia.
El pasado, el presente y el futuro
son pulsos vivos,
permanentes,
de una eterna aventura.

El adviento de Dios
se ha hecho tiempo para siempre.

Adviento. 1

(Como el año pasado, por estas fechas y en las próximas de Navidad, iré escribiendo unos breves poemas en torno al tiempo litúrgico y religioso-popular que celebramos).


Está a punto de venir
quien ya vino a acampar entre nosotros,
quien no deja de llegar
cada día,
como el aire, la luz, y la presencia
graciante y fundadora.
Millares de siglos le esperaron
y millares de siglos también le esperarán
hasta que el mundo estalle en celestes novedades.
El que vino nos salvó.
El que viene nos salva,
y sólo el que vendrá
nos salvará del todo.
La Palabra de Dios
revuela sobre el tiempo y el espacio.
Y está lejos aún
la final plenitud de la Promesa.

Un eterno anticlerical

Todo libro puede enseñarnos algo, aunque no nos guste. Toda crítica puede hacernos algún provecho, por más que no nos convenza. Tal es el caso del libro de un convencido agnóstico-ateo y eterno anticlerical, Fernando Savater, autor de La vida eterna. Para muchos, maestro de demócratas, nunca ha perdido ocasión alguna para zaherir, maltratar y acusar a la Iglesia y a gentes de Iglesia. Fiel seguidor de Russell y de otros muchos ateos-agnósticos antiguos, empiristas radicales, el libro me recuerda a los viejos anticlericales españoles del siglo XIX y de comienzos del XX, tan criticados ya por Jaime Torrubiano en los años veinte por su desconocimiento del cristianismo y de la misma Iglesia. Como escribía hace poco Diego Toslada: “Si la fe cristiana es lo que dice Fernando Savater en estas páginas, muchos creyentes dejaríamos de serlo”.

Todos los puntos de vista…

– Todos los puntos de vista son falsos, escribió Valery. Mejor, incompletos.

– Hay ciencias exactas e inexactas. Pero los hombres que las utilizan son, por naturaleza, inexactos.
– Las comidillas suelen surgir casi siempre en torno a alguna comilona.
– Dos símbolos del siglo XX, desde el campo científico de la física: la idea de fuerza y el principio de incertidumbre.

– El exceso de crítica impide a menudo la contemplación.
– El soplón sopla tan bien, que se le entiende.
Se hace por la vida! Y no al revés. La vida como acción por excelencia, como fin próximo de todas las acciones.

– Un tonto silencioso parece prudente, y un prudente silencioso puede pasar por sabio.
– Nada tan serio como un juego serio.

– En algunos momentos hasta nos jugamos la vida, que es el juego más serio de todos.

– Si jugáramos demasiado con las cosas de comer, acabaríamos sin fuerzas para seguir jugando.
Tren de vida: vida siempre afanosa, caminante, viajera. Veloz o renqueante.
– Muchos estamos atrapados por las redes de inter-net (entre redes, red de redes).

Lejanos mensajes sublimes

Un viejo colega de palabras, el escritor y periodista Cástor Olcoz, me envía de San Sebastián su último libro Tumulto de fonemas. En audaz forma novelada, entre personajes y ambientes eclesiales y eclesiásticos -el arzobispo Isaac como attractor, el libro es una constante reflexión culta y universal sobre los fonemas, las palabras, el habla, la lengua, el lenguaje, la comunicación, la comunicabilidad, el ser del hombre…

“- Ustedes transmiten mensajes sublimes que no llegan al público.
– ¿Por culpa de la acústica? -ironizó el magistral.
– Porque abusan del tono grandilocuente (…) Usted mismo acaba de reconocer que el tono no suele estar a la altura del tema.
– Pero si hace siglos que anunciamos el mismo mensaje con puntos y comas. ¿Por qué ahora no funciona?
– Será porque divagan; o porque utilizan vocablos y metáforas gastados, argumentos apodícticos y lenguaje analógico, y no caen en la cuenta de que las palabras, si se repiten demasiado, acaban perdiendo su sentido. Chautebriand llega a decir que hay expresiones que no debieran servir más que una vez, que al repetirse se profanan.
– Las palabras no pierden su identidad así como así -refrendó el magistral.
– Una a una, quizás no, pero ensartadas en una prosa fatigada y canónica, o dicha con aire triste y modo afectado, como quien hace una visita de cumplido, las palabras descarrilan”.

La revelación del sufrimiento

 He vuelto a estar unas horas en el hospital, con motivo de la gravedad de una persona muy querida. He revivido los días de internamiento de otros parientes cercanos, y sobre todo los de mi madre, y los míos propios, pocos meses después de su muerte. Y he revivido la experiencia profunda de entonces: que el dolor, la enfermedad y la cercanía de la muerte trastruecan nuestra real escala de valores, nos acercan a los fundamentos de la vida y nos orientan hacia lo esencial. A nadie le he leído expresarlo mejor que a Sylvie Robert, directora del departamento de Espiritualidad y Vida Religiosa del Centre Sèvres de París: “El que sufre se encuentra muy cerca de una revelación de la dimensión eterna de la vida“.

Contra ciertas pruebas de ADN

La Conferencia de los Obispos de Francia (CEF), en un comunicado hecho público con motivo de la nueva ley de inmigración, aprobada hace unas semanas en las Cámaras legislativas francesas, se oponían a “la imposición de pruebas genéticas para verificar los lazos de parentesco entre los inmigrantes” que soliciten el reagrupamiento familiar, porque las consideraban “una grave deriva del sentido humano y de la dignidad de la familia”. Respetando la responsabilidad propia de los poderes públicos en la regulación de los flujos migratorios, los obispos pedían con toda razón que ésta última se ejerciera “de conformidad con el derecho europeo e internacional”, desde “una perspectiva de colaboración mediterrénea, tal y como el presidente de la República anunció la noche de su elección”. ¿Para qué, tenemos que preguntarnos, tantas leyes y convenios internacionales, si después no se cumplen? Lo cierto es que con los obispos católicos estaba la Federación Protestante de Francia y otras asociaciones cívicas y culturales relevantes. Y en lo que atañe a las pruebas antedichas, nada menos que el Consejo Consultivo Nacional de Ética avisaba de que incluir en la ley “una identificación biológica reservada sólo a los extranjeros entra en contradicción con el espíritu de la ley francesa”, a la vez que llamaba la atención sobre “la dimensión profundamente simbólica en la sociedad de cualquier medida que apele a la verdad biológica del ser como árbitro último en cuestiones que afecten a la identidad social y cultural“. “Ello contribuiría furtivamente -subrayaba poco después- a generalizar tales identificaciones genéticas, lo que podría revelarse en último término como un atentado a las libertades individuales”. Pésimos recuerdos trae en Francia la verdad biológica. Que no sólo, por lo visto, pueden cultivarla los hitlerianos alemanes.