Lejanos mensajes sublimes

Un viejo colega de palabras, el escritor y periodista Cástor Olcoz, me envía de San Sebastián su último libro Tumulto de fonemas. En audaz forma novelada, entre personajes y ambientes eclesiales y eclesiásticos -el arzobispo Isaac como attractor, el libro es una constante reflexión culta y universal sobre los fonemas, las palabras, el habla, la lengua, el lenguaje, la comunicación, la comunicabilidad, el ser del hombre…

“- Ustedes transmiten mensajes sublimes que no llegan al público.
– ¿Por culpa de la acústica? -ironizó el magistral.
– Porque abusan del tono grandilocuente (…) Usted mismo acaba de reconocer que el tono no suele estar a la altura del tema.
– Pero si hace siglos que anunciamos el mismo mensaje con puntos y comas. ¿Por qué ahora no funciona?
– Será porque divagan; o porque utilizan vocablos y metáforas gastados, argumentos apodícticos y lenguaje analógico, y no caen en la cuenta de que las palabras, si se repiten demasiado, acaban perdiendo su sentido. Chautebriand llega a decir que hay expresiones que no debieran servir más que una vez, que al repetirse se profanan.
– Las palabras no pierden su identidad así como así -refrendó el magistral.
– Una a una, quizás no, pero ensartadas en una prosa fatigada y canónica, o dicha con aire triste y modo afectado, como quien hace una visita de cumplido, las palabras descarrilan”.