(Del libro de Nahúm 2, 1-3)
Ya sentimos los pasos rumorosos
por encima de los montes encorvados
del que trae la buena noticia
de la paz.
Celebremos, pues, las fiestas populares de siempre
y cumplamos alegres las muchas promesas que hicimos.
Ya no somos la presa de Belial,
que con yugos y cadenas sometió
como a bestias rebeldes nuestro pueblo.
Y Dios nuestro Señor
nos cuida como viña predilecta,
contando cada día nuestros pámpanos feraces.
Archivo por meses: diciembre 2006
“Él será la Paz”
( Del libro de Miqueas 4,11-13; 6,8; 5,1-7)
Pasaron muchos trillos de hierro y pezuñas de bronce,
durante cientos de años,
por encima de la espalda de hombres rectos
que amaban la piedad,
practicaban la justicia y caminaban
humildemente con su Dios.
De Belén Efratá, la fecunda y davídica,
salió un día el Mesías de Israel,
al que habían de volver desde su exilio
el resto de sus hermanos.
Él nos trajo la paz,
que nadie había sabido traer.
Él nos pastorea desde entonces
con la fuerza amorosa del cayado de Dios,
en medio de pueblos numerosos,
más suave que el rocío que llega misterioso desde el cielo,
que la lluvia amansada por el bosque,
más fuerte que el león en medio de la selva.
“Jubila y regocíjate”
(Del libro de Joel 2,21 – 4,21)
– Ya pasó de nuestros campos la guerrilla de la oruga,
la invasión arrasadora de langostas y pulgones.
Ya están reverdecidos los marchitos pastizales,
ya levantan los árboles sus frutos como niños,
y la higuera y la vid semiesconden tras las hojas sus tesoros.
Las lluvias nos visitan como antaño
y está a punto de colmar nuestro gozo la cosecha.
Has querido infundir tu Espíritu en nosotros
peparándonos para el día cercano y gozoso del Señor.
Tu luz será más alta que el sol y las estrellas
y rugirá tu firme y recia voz creadora de galaxias.
El vino desde los montes fluirá
y la leche desde todas las colinas.
Correrán orgullosos los torrentes agostados,
florecerán los ríos por todos los desiertos.
Tu mano caudalosa regirá los confines del orbe
y Tú residirás para siempre en nuestro pueblo.
“Mira hacia Oriente, Jerusalén”
(Del libro de Baruch 1,15 – 5,9)
– Liberados de Egipto por tu mano de hierro,
indóciles más tarde a tu voz poderosa y a la ley de tu brazo,
andamos hoy dispersos por ásperos caminos,
rebaños reducidos y miedosos,
como piezas expuestas de un mercado,
como pájaros perdidos en un bosque,
oprobio y maldición entre todos los pueblos que nos sitian,
naciones insolentes y de extraño lenguaje,
que no saben tu nombre, y que confían
en ídolos de barro o de madera.
No queremos servir al rey de Babilonia, ese inicuo ladrón de libertades,
y queremos volver a nuestra tierra,
que parece tan nuestra como el aire y el cielo,
y levantar de nuevo nuestras casas,
y cantar en el Templo con las novias y novios
los cantos de alegría y alborozo.
Si olvidamos la espada, la hambruna y el contagio,
que dejaron nuestras calles y plazas como tumbas
de miles de inocentes insepultos,
olvida tú también nuestras culpas antiguas,
y vuelve a tu costumbre
de Padre y de Señor, Dios nuestro.
Miramos cada tarde hacia Oriente y aguardamos
tu sonorosa voz que nos irrumpa
la luz de la alegría,
la paz de la justicia,
la gloria de tu amor indefectible.