“Mira hacia Oriente, Jerusalén”

(Del libro de Baruch 1,15 – 5,9)

Liberados de Egipto por tu mano de hierro,
indóciles más tarde a tu voz poderosa y a la ley de tu brazo,
andamos hoy dispersos por ásperos caminos,
rebaños reducidos y miedosos,
como piezas expuestas de un mercado,
como pájaros perdidos en un bosque,
oprobio y maldición entre todos los pueblos que nos sitian,
naciones insolentes y de extraño lenguaje,
que no saben tu nombre, y que confían
en ídolos de barro o de madera.

No queremos servir al rey de Babilonia, ese inicuo ladrón de libertades,
y queremos volver a nuestra tierra,
que parece tan nuestra como el aire y el cielo,
y levantar de nuevo nuestras casas,
y cantar en el Templo con las novias y novios
los cantos de alegría y alborozo.
Si olvidamos la espada, la hambruna y el contagio,
que dejaron nuestras calles y plazas como tumbas
de miles de inocentes insepultos,
olvida tú también nuestras culpas antiguas,
y vuelve a tu costumbre
de Padre y de Señor, Dios nuestro.

Miramos cada tarde hacia Oriente y aguardamos
tu sonorosa voz que nos irrumpa
la luz de la alegría,
la paz de la justicia,
la gloria de tu amor indefectible.