La guerra del agua

Sigue la guerra del agua. Antes y durante mucho tiempo padecimos el capítulo aragonés, después el catalán, el murciano y el valenciano, y ahora el castellano-manchego. El error radical es dejar que las Comunidades Autónomas legislen sobre los ríos y el agua, que son de todos, que son de toda España. Pero hemos dejado la nación al pie de los caballos, y el agua a merced de los intereses de cada Comunidad Autónoma, empeñadas en legislar exclusivamente sobre un agua que consideran exclusiva. El Ebro, por lo visto, es de Aragón y luego de Cataluña. El  Duero es de Castilla-León. El Tajo es… Y así sucesivamente. El Plan Hidrológico fue ferozmente combatido y al fin abatido hace seis años, y hasta ahora nadie lo ha sustituido, por lo que se ve, por nada mejor. Terrible metáfora de la España desunida, a veces brutal, a veces cainita, que se ahoga de agua o se muere de sed, que enronquece hablando de la libertad y de la democracia, pero que no se entiende siquiera para repartirse el agua dentro un mapa geográfico común, que no pocos quieren trocear.