Archivo por meses: febrero 2011

Una pregunta intempestiva

Algunos periódicos de hoy inisten en que el nuevo partido (Sortu) no condena la violencia de ETA, que al terror llama violencia y violencia política, que llama a los presos etarras presos políticos (¡vaya descubrimiento!), que no se arrepiente de su sangrienta historia, que no pide perdón a las víctimas, que todas las víctimas son iguales para ellos… Me parece que estamos confundiendo, ay, moral con política, como antes de Maquiavelo, y derecho con moral, como antes de Grocio, y que estamos pensando o soñando que la sociedad española -un yermo de moral pública- tiene en este punto una moral tan alta como las asociaciones (y no todas)  de víctimas del terrorismo. Y la pregunta intempestiva, sea cual sea la hipotética decisión del Tribunal Supremo, es: ¿Se  les ha exigido alguna vez a las fracciones separadas de ETA, a la hora de integrarse en la vida política democrática (ETA Político-Militar, Euskadiko Ezkerra, Aralar…), todas esas virtudes mencionadas al comienzo de esta glosa?

Batasuna, la legalidad y la moralidad

Dejando a un lado los apresurados comentarios interesados que han seguido a la presentación del nuevo partido, y las torpes rúbricas que de la noticia dan casi todos los medios de información, yo me limito por ahora a escribir esta breve glosa: a) La nueva Batasuna quiere aparecer tan nueva como la Venus nacida de las aguas egeas. No lo es. Basta ver a los presentadores. Y ETA, matriz y maternal,  sigue existiendo; b) Tras cuarenta y pico años de terrorismo no bastan ahora mismo para el pueblo español -no sé si para un tribunal- unos puros y apurados términos jurídicos, si es que lo son; c) La presentación de Rufi Etxeberria y su documento base político, el Acuerdo de Gernika, 25 de septiembre de 2010 (Batasuna, Aralar, EA, Alternatiba y sindicatos afines) incluyen, como imprescindible ante la nueva situación la apertura del proceso político de diálogo y negociación, con el derecho a decidir del pueblo vasco, como derecho exclusivo e indiscutible. Que esto último no lo diga nadie, al menos en estas pocas horas desde la presentación pública del nuevo partido, da mucho que pensar y que lamentar.

Una escultura de nuestro tiempo

Voy a ver a Carlos Ciriza (Estella, 1964), que prepara la celebración del XXV aniversario de su primera exposición, que vimos en una sala de Pamplona. Me enseña su inmenso taller de escultura, pintura y cerámica, y su despacho, donde prepara sus trabajos. Me regala unos cuantos libros hermosos, donde se recoge su obra y muchos comentarios sobre la misma, en la doble versión castellana e inglesa. Carlos es un artista prolífico en hijos de carne y en hijos de arte. Es ahora mismo el artista navarro más presente en toda España y en todo el mundo. Pintor de pintura escultórica y escultor de escultura arquitectónica, en estas últimas creaciones, por las que es más conocido, se revela imprescindible y esencial el espacio, tan presente en un arte, que -como escribe Rosa Martínez de Lahidalga- está llamado en nuestro tiempo a hacer de la forma una metamorfosis constante, que mutará rotundidad en flotación, gravidez en ascensión etérea, dispersión en contención y síntesis. ¿Sólo el espacio? Y el tiempo. Y de su doble juego hablaré en el poema con el que voy a participar en este XXV aniversario.

Tasa al capital

Cuando la gente con sentido común podía pensar que, tras la crisis financiera y económica, había llegado la hora de que la política gobierne a los mercados y no sea gobernada por ellos, vemos que en el cónclave de Davos la señora Merkel y el señor Sarkozy tienen que defender el euro frente a los analistas financieros y a los señores capitalistas -rescatados por los Gobiernos-, que se atreven de nuevo a  pontificar por boca de sus sabios gansos. Por eso me parece muy bien que la presidencia francesa del G-20 intente recuperar la idea de una tasa (aquella tasa Tobin) a los movimientos del capital especulativo, y que seguramente quedará de nuevo en nada. Y, mientras África del Norte se encrespa exigiendo pan y libertad, volveremos  tal vez a una nueva crisis y a una nueva burbuja financiera. ¿La seguirán pagando los pueblos y algunos de sus políticos,y no los verdaderos responsables?

¡Qué lenguaje!

Me gusta leer los comentarios de los lectores, en su inmensa mayoría anónimos, a las noticias culturales o políticas de los diarios digitales. Leo, estos días, en la prensa soberanista-independentista vasca, y aun en algunos diarios llamados constitucionalistas, los comentarios sobre el áspero conflicto político entre EA-Batasuna y PNV-Aralar. Son innumeranles, aunque sin duda muchos se repiten mucho, y, si hay 400 comentarios, todos ellos se reparten seguramente entre 20 ó 30 comentaristas. Pero sin meterme ahora en ese berenjenal, comienzo por decir que mer epugna en ,este como en otros muchos casos, el frecuente lenguaje grosero y agresivo, ya convertido en costumbre. Chantajistas,  supertrepas, traidores, vendidos mentirosos, mafiosos, idiotas… son los calificativos más suaves que se lanzan unos y otros. ¿A dónde vamos así? ¿Qué sociedad convivente puede levantarse con gente -no la menos ilustrada, ni mucho menos-, que habla y “dialoga” de esa manera? ¡Por cierto, muchos de éstos, que así se expresan, son los mayores y más celoso partidarios del diálogo-negociación!

Desvergüenza europea

La pasividad de la Unión ante  las dictaduras árabes del norte de África y del Oriente Próximo no debe ser tachada sólo de vergüenza europea, como editorializa un diario español, sino, lisa y llanamente, como desvergüenza. Contra todo lo que dicen los Tratados al respecto, contra la letra y el espíritu de muchos textos que hemos llevado en la boca y en el corazón durante todos estos últimos años, la Unión en su política exterior -con esa buena de lady Ashton al frente, que más parece la ministra de comercio que fue en su país- se ha callado como una muerta o ha recccionado tarde y mal, cuando no ha pedido menos. Algo así como las Internacionales, que sólo expulsan a ciertos partidos de su seno cuando sus dirigentes huyen o o van a ser expulsados de su país. Estados Unidos de América nos ha dado ejemplo de nuevo, después de conseguir celebrar con éxito el referéndum en Sudán del Sur, donde la Unión fue igualmente incapaz de mover un dedo tras décadas de atropellos. ¿Y para qué hablar de la política exterior de Francia, de España o de Itaiia? Está ardiendo todo el norte de África, a nuestros mismos pies, y aqui estamos hablando todo el día de Sarkozy (y de Carla Bruni), de Zapatero y de Berlusconi. ¡Buon divertimento!

La Iglesia italiana y Berlusconi

Me pregunto doloridamente si en el caso de que Dalema, Veltroni o Bersani, tres dirigentes principales, moderados y equilibrados, de la izquierda tradicional italiana (antes, PCI) hubieran convertido la presidencia del Gobierno en un prostíbulo de escorts de lujo y de menores de edad, como la ha convertido Berlusconi, la “Iglesia italiana” (la Iglesia en Italia) hubiera mantenido ese lenguaje atildado y obsequioso, aterciopeladamente crítico, eufemístico y cortesano, generalista e hipotético, que está manteniendo en esta ecandalosa y repugnante historia. Y la pregunta se me escapa hasta una parecida, hipotética -de la que Dios nos libre- situación en España. ¿Por qué la Iglesia no fue siempre la Iglesia profética, discípula, seguidora fiel de Jesús de Nazaret, durante los veinte siglos pasados? Nos lo hemos preguntado muchas veces. Pues, por las mismas sinrazones por las que hoy se calla en muchos sitios, o disimula, habla en voz baja, o, sencillamente, no se atreve a hablar.

Denominador ético común

Que busquemos un denominador común ético universal no quiere decir, ni mucho menos, que nos conformemos con una ética de mínimos.


– El ateísmo feuerbachiano niega a Dios en cuanto esencia ilusoria que cree arrancada al hombre, y afirma, por el contrario, la verdadeera esencia de éste último. Pero a la vez separa al individuo (persona) de la esencia del hombre, que asume, como se ve, rasgos divinos.


– Ninguno de los almohades conoció la almohada. En caso contrario, se hubieran quedado en España unos cuantos siglos más.

– Llamamos felicidades (las que nos deseamos en los cumpleaños) a las pequeñas satisfacciones. Y no sabemos bien qué queremos decir cuando decimos felicidad: tal vez la vocación vital cumplida.