Una vejez activa

Frente al poeta jónico Mimnermo, que se lamentaba de las calamidades de la vejez y deseaba morir a los sesenta años, replicaba Solón en sus versos: “Rehaz tu poema, jónico ruiseñor, y canta así: quiera la Moira de la muerte alcanzarme octogenario”. Para él no es la vejez una muerte gradual y penosa. El árbol perennemente verde de su vida gozosa y feliz echa todos los años nuevas flores. Sabe bien que ningún hombre es del todo dichoso, que todos están abrumados de fatigas, y que “el sentido de los dioses inmortales se halla oculto para los hombres”. Pero frente a todo esto está el júbilo de los dones de la existencia, el crecimiento de los niños, los vigorosos placeres del deporte, la equitación y la caza, las delicias del vino y del canto, la amistad con los hombres y la felicidad sensual del amor. Según el poema de los hebdómadas, conservado íntegro, que divide la vida humana en diez períodos de siete años, cada edad le da un lugar específico dentro del todo. No es posible cambiar un estadio por otro, ya que cada cual lleva implícito su propio sentido y se relaciona con el sentido de cada uno de los demás. La totalidad crece, culmina y decae de acuerdo con el movimiento general de la naturaleza.