Elogio de un político

Dice el autor de la Constitución de los atenienses que, tras las reformas de Solón, muchos de los nobles se le habían vuelto hostiles por la reducción de las deudas, y que los dos bandos habían cambiado de opinión. Porque el pueblo pensaba y esperaba que el nuevo gobernante iba a repartir todas las tierras, mientras los nobles esperaban, por el contrario, que, siendo como era tan ilustre como ellos, haría volver todo a la posición anterior, o que, al menos, lo cambiaría poco. “Solón se opuso a unos y a otros, y pudiendo, con la ayuda de cualquiera de los dos dos bandos, proclamarse y constituirse como tirano, eligió hacerse odioso a ambos, salvando a la patria y legislando lo que fuera mejor“. Adecuando cabalmente aquella situación a esta de hoy, tan distinta, qué alto elogio para un político, capaz de jugarse el tipo por razones patriótico-morales. Con razón el autor de la Constitución, sigue diciéndonos, y lo confirman Heródoto y Plutarco, que Solón emprendió entonces un viaje a Egipto, “después de decir que no volvería hasta después de diez años; pues creía que no era justo que, por estar presente, interpretase las leyes, sino que cada uno cumpliese lo escrito”. ¡Oh tiempos, en los que no parecía necesario el Tribunal Constitucional!