Leyendo El Quijote

He ido, como cada año, este 23 de abril, a leer El Quijote y a echar una mano a la organización del acto. Desde que hace nueve años comenzamos a organizarlo, el ejemplo ha ido extendiéndose por varios lugares de Navarra, el mismo día y con el mismo autor, u, otros días, con distintos autores. Aqui no lo hacemos como un acto más de propaganda político-cultural, con personajes de la vida pública, sino con todo aquél que quiera asistir y participar, con la sola mención de su nombre y apellido. Qué deleite escuchar a niños y mayores, a estudiantes navarros, de toda España y de muchas naciones del mundo, con su acento peculiar y su muy distinta interpretación, las bellísimas páginas de este libro singular, al que tantos hemos dedicado tantas horas. No es lo mismo leerlo en casa, para uno mismo, desde el punto de vista filológico, histórico o crítico-literario, y aun simplemente literario, que oirlo recitar, como a los viejos bardos los cantares de gesta o las canciones de amigo, que para eso se escribieron. Como en la venta escuchaban Don Quijote y los suyos de labios del cura las aventuras del hidalgo manchego. En un momento de vacío de lectores, me he puesto a leer algunos poemas del próloogo y el capítulo primero desde el comienzo, y lo he leído tal vez con mayor comprensión, voluntad y emoción que nunca. Y es que era la celebración no sólo del libro, de la lectura, de El Quijote y de Cervantes, sino de la lengua española, de nuestra historia nacional. También de la lengua humana, del hombre lenguado, del hombre inteligente y libre. Nada menos.