Una sociedad enferma (II)

Otros sociólogos prefieren no emplear la dura expresión descomposición moral y optan por llamarla, en términos más sociológicos, patología social, o, todavía más suavemente, desviación social, y hasta, en expresiones más minimalistas, declive del control social o declive de las pautas y normas rectoras del comportamiento social. De todos modos, creo que González Anleo une demasiado estrechamente los conceptos de a-nomía (sin ley, literalmente), que debemos a Durkheim, y el de alienación, famoso por la interpretación que le dio Karl Marx, o Carlos Marx, para los amigos. Porque, si hay anomías que son verdaderas alienaciones, no todas lo son, y las alienaciones no se distinguen siempre por la alnomía. La sociedad anómica carece de normas, de maestros, de un primer maestro, magistrado o líder. Sociedad anárquica, en el peor sentido de la palabra (sin principio), como contra-sociedad, sin asomos de anarquismo-comunista o colectivista, sino, más bien, individualista-egoísta, en la que cada individuo busca sobre todo o exclusivamente su provecho personal  e inmediato, sin responsabilidad correspondiente, buscando una permanente impunidad y rechazando cualquier trasparencia que desvele o denuncie la opacidad en la que desea vivir. Una contrasociedad tal lleva, tarde o  temprano, al pesimismo, cuando no al fatalismo, al menos en las personas que se consideran algo más que individuos, e individuos anómicos, y buscan alguna salida a lo que para ellas es también una alienación, una en-ajenación de la máxima nobleza del ser humano. Alienación o enajenación, en sentido estricto, es el vaciamiento de la mejor identidad (ipseidad) del hombre en otra persona o cosa que acaba sustituyéndole. La alienación no se reduce, como suele ser frecuente leer y oír, a la laboral o social marxiana, sino a toda enajenación del ser constitutivo del hombre, también el ser espiritualy religioso -que Marx ignoró, despreció o minusvaloró, alienándole a la vez-, creador de su  propio mundo (Fromm y Marcuse), cosificándole, masificándole, o, al revés, exaltándole por encima de toda medida (mensura) y de toda mesura humana, enajenándole en mitologema, o en cualquier proyección inhumana y deshumanizadora, sea cual sea la forma exacta de la ajenación.