Robert Edwards, premio Nobel

La reciente concesión del premio Nobel de Fisiología o Medicina del año 2010, por el desarrollo de la fecundación in vitro, ha dado lugar a numerosos comentarios de científicos y profanos, la mayoría de ellos elogiosos y favorables al tenaz investigador quien, tras muchos años de fracasos y de poca ayuda económica, logró que el 25 de julio de 1978 naciera,  sin anomalía alguna,  el primer bebé probeta, Louise Joy Brown, que ha sido después madre sin tener que recurrir a las técnicas de la FIV (fecundación in vitro). Es cierto que muchas técnicas  previas fueron obra de biólogos y veterinarios que llevaban años tratando de mejorar la reproducción del ganado y que existían los precedentes experimentos de biólogos como John Rock y Landrum Shettles, pero él y Patrick C.Steptoe, el descubridor de la laparoscopia, fueron los autores del libro (1970) que describió la obtención de embriones humanos, que habían de desarrollarse, siete años después, hasta la completa vida humana. A la objección de algunos de que son muchas  las vidas humanas perdidas en los numerosos experimentos previos,  otros científicos responden que el 60-70 % de vidas humanas concebidas por vía natural abortan espontáneamente en distintas fases del desarrollo embrionario. Porque lo cierto es que gracias a la FIV han nacido en el mundo 4 millones de personas. España es el tercer país europeo en número de pruebas: el año 2006, se hicieron más de 25.000 transferencias embrionarias y resultaron 5.600 partos. En cuanto a la dimensión ética del invento, que siempre preocupó, a su manera, a Edwards, los aspectos conflictivos desde el punto de vista ético son importantes: embriones sobrantes, selección de los mismos, su utilización en la experimentación (células troncales embrionarias)… Por algo la Iglesia Católica, en sus dos instrucciones (Donum vitae, 1970, y Dignitas personae, 2008), condena tajantemente la FIV. La cuestión divide ahora mismo a los obispos de Casta Rica y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El profesor católico, Juan-Ramón Lacadena, emérito de la Complutense, tras reconocer todo lo anterior, afirma prudente en VN: Todos conocemos parejas creyentes y practicantes que han optado por alguna técnica de reproducción asistida tras buscar un serio asesoramiento y de hacer un profundo discernimiento. Sólo Dios conoce el fondo de nuestras conciencias.