¿Qué añade el cristianismo?

 

      La pregunta solía y suele ser casi siempre la misma: ¿qué añade la religión a la razón, qué dice de nuevo, en qué la completa en el terreno de la moralidad humana? La respuesta clásica dentro de la Iglesia suele ser que, si la religión necesita de la razón paa evitar la tentación del fundamentalismo, la razón necesita de la religión para evitar el peligro de la indiferencia moral. Pero para los defensores de la autonomía de la razón, esta es muy capaz de encontrar por si misma las verdades morales fundamentales y de universalizar las máximas morales, como nos enseñó Kant. Lo que no quiere decir que la religión no ayude a la razón en este punto tan decisivo como delicado.

Lo que parece fuera de toda duda es que la religión proporciona las motivaciones para que la razón active su naturaleza universalizadora del acto ético, gratuito e incondicional, respondiendo a la pregunta que se hacía Simone Weil: ¿Dónde encontrar la energía para un acto sin contrapartida? La aportación de la religión cristiana a una razón ética y política, que aspira a la fraternidad, no es otra que la experiencia de una filiación divina, que lleva consigo la exigencia de esa fraternidad-sororidad.

El filósofo agnóstico alemán Jurgen Habermas reconoce a la religión el rol de fuente que alimenta las virtudes políticas. Escribe a este respecto: Las virtudes políticas son esenciales para la existencia de una democracia. (…) Resulta en interés del propio Estado constitucional cuidar la relación con todas las fuentes culturales de las que se alimenta la conciencia normativa y la solidaridad de los ciudadanos.