Política y Evangelio

El célebre discurso de Manuel Azaña, la tarde del 13 de octubre de 1931, no fue sólo un modelo de sectarismo republicano, de jacobinismo antieclesial, y hasta de fascismo, al decir del joven diputado catalanista republicano, Manuel Carrasco Formiguera. El entonces ministro de la Guerra y presidente de Acción Republicana hizo algo más que conseguir la disolución de la Compañía de Jesús a fin de salvar a las demás órdenes religiosas, al mismo tiempo que les negaba el pan y la sal de la enseñanza, como venía maquinando hacía muchos años. Dijo más cosas el escritor alcalaíno y fue más allá de la coyuntura política. Por ejemplo, harto de ver que algunos jabalíes se consideraban más evangélicos y cristianos que los odiados frailes y jesuitas, les dijo cosas como éstas: “El uso más desatinado que se puede hacer del Evangelio es aducirlo como texto de argumentos políticos, y la deformación más mostruosa de la figura de Jesús es presentarlo como un propagandista demócrata o como lector de Michelet o de Castelar, o, quién sabe, como un precursor de la Ley Agraria. La experiencia cristiana, señores Diputados, es una cosa terrible y sólo se puede tratar en serio; el que no la conozca que deje el Evangelio en su alacena y que no lo lea; pero Renán lo ha dicho: ·Los que salen del santuario son más certeros en sus golpes que los que nunca han entrado en él·”. Tal vez sólo tras leer la novela autobiográfica de Azaña, El jardín de los frailes (1926) pueden entenderse mejor estos párrafos.