Las Hurdes

En la conmovedora película de Luis Buñuel, Las Hurdes: Tierra sin pan (1932), que nos ofreció la Filmoteca navarra, no había alusión alguna a los intentos anteriores de regeneración de esa comarca superior de Extremadura. Situada al norte de la provincia de Cáceres, limítrofe con el valle de las Batuecas (Salamanca), zona montañosa de casi 2.000 kilómetros cuadrados, atravesada por siete riachuelos de agua fresca y limpia, estaba entonces habitada por unos 8.000 residentes en 46 aldeas y alquerías, que formaban cinco ayuntamientos. Ya en en 1892, el doctor Bide, que la visitó, por encargo de la Sociedad Geográfica de Madrid, presentó un informe sobre ella. Miguel de Unamuno, que recorrió en 1913 casi la mitad de sus núcleos de población, acompañado por dos intelectuales franceses amigos, uno de los cuales ya los había visitado, escribió un largo y curioso artículo, en el que reconocía la buena labor que habia desarrollado, en años anteriores, el obispo local, Francisco Jarrín, pero no conocía, al parecer, otra muy anterior, del también obispo de la misma diócesis, Juan Porras y Atienza, al final del siglo XVII y comienzos del XVIII. Monseñor Jarrín fundó la sociedad Esperanza de las Hurdes, que en 1908 organizó el I Congreso de Hurdanos y hurdanófilos, mucho más eficaz, al decir de muchos, que el recientemente celebrado, en 1988. Lo que casi nadie recuerda, y ni siquiera Wikipedia lo menciona, es la posterior obra llevada a cabo en la comarca por otro obispo de Coria, el célebre, posteriormente, arzobispo de Toledo y cardenal, Pedro Segura y Sáez, y que nos cuenta el interesantísimo libro de Santiago Martinez, Los papeles perdidos del cardenal Segura. Es el caso que aquel intransigente prelado tradicionalista burgalés, molesto en sus sedes de Toledo y Sevilla para muchos, expulsado de España en junio de 1931 por el Gobierno de la República, hizo, en la primavera de 1921, su segunda visita pastoral a las Hurdes, después de visitar su catedral, a los dos días de ser nombrado obispo de la diócesis de Coria. De su viaje, acompañado por dos eclesiásticos de confianza, dio cuenta, unos meses más tarde, a finales de febrero de 1922, en tres conferencias públicas, que dieron mucho que hablar. Tanto, que el Gobierno de la Monarquía encargó una visita y un informe a cuatro científicos -entre ellos el doctor Marañón- y al conde de la Revilla, elegido por el distrito del que eran parte las Hurdes, y un avance del cual se hizo público en junio de ese mismo año. En las primeras semanas de mayo, el prelado Pedro Segura había vuelto allá para distribuir las limosnas y los objetos litúrgicos donados por los fieles para las pobres iglesias hurdanas. También ese 3 de junio, el conde de la Revilla interpeló, solemne, al Gobierno y pidió escuelas nacionales, caminos vecinales, ambulatorios…, para terminar con el estado deplorable, vergonzoso de atraso y de abandono de Las Hurdes: no había allí un médico, ni un practicante, ni una farmacia, ni un camino vecinal, y apenas escuelas e iglesias, pero sí hambre, cretinismo y bocio. El interés por las Hurdes en toda España fue mayor que nunca. El siguiente día 20, llegó nada menos que el rey Allfonso XIII, escoltado por el ministro de la Gobernación, por varios de los científicos de la anterior comisión -Marañón entre ellos-, un periodista y un fotógrafo, y durante cuatro días recorrieron la comarca en el habitual y único medio de locomoción que eran por aquellas fragosidades las caballerías. Allá volvió de nuevo a acompañarlos en algunas ocasiones, sobre todo en las visitas a los templos, el obispo Segura, quien, el día 24, firmó un informe sobre las necesidades de la desgraciada comarca. Lo más original fue su petición de un hospital, de un asilo para ancianos, así como de una cooperativa de productos y de un cuartel de la guardia civil. El 18 de julio siguiente, se creaba el Real Patronato de Las Hurdes, presidido por el rey, vicepresidido por el obispo Segura, y compuesto por casi todos los científicos que las habían visitado, además de otras autoridades locales y nacionales. Pero la imprecisión de la financiación requerida y de las competencias del mismo Patronato, delegadas por los distintos ministerios, truncaron su eficacia.  Luis Buñuel, en su célebre película, mostró una tétrica realidad estática, que parecía no haber cambiado en nada. Algo hizo después la República, que llevó hasta allí alguna escuela y hasta La Barraca. Los planes del franquismo, con sus repoblaciones forestales y el plan de Fraga, Las Hurdes-1976, poco consiguieron también. Los nuevos pinares ardieron en gran parte, rechazados por los íncolas hurdanos, que sentían amenazados sus pobres terruños, sus escasos viñedos y olivares, y los terrenos de las mil flores para sus panales de miel. La visita real se repitió en 1998, con mucho menos sorpresa que la anterior y con alguna mayor eficacia. Con fondos del FEDER europeo, en fin, se han llevado a cabo los mejores planes del desarrollo rural, promoviendo sobre todo el turismo rural en algunos de los puntos claves de los núcleos de población, reducidos ya a 39, y con con un tercio menos de población.