Kelvin Doe

 

Me encanta leer reportajes y noticias de personas pobres, y más si proceden del llamado tercer mundo, o del cuarto mundo dentro del primero, que son capaces de superar las peores circunstancias y se lanzan al mundo de la ciencia, el arte, la política, el altruismo. Son no sólo una prueba de la mejor humanidad, sino un poderoso acicate para el trabajo, la confianza y la esperanza de todos nosotros. En una serie sobre niños prodigio encuentro a Kelvin Doe, un adolescente pobre de Sierra Leona, el país más pobre del mundo, que a los once años revolvía los vertederos de la capital en busca de material electrónico. Kelvin, el menor de cinco hermanos, trasteaba por la noche hasta el amanecer con diales, transistores, microchips… Empecé arreglando -dice- las radios de mi barrio. Gratis. En Freetown, una radio es la cosa más valiosa del mundo. Un anciano se enfadó porque no supe arreglar la suya y quería pegarme. Me fui corriendo a casa  y mi madre se enfadó aún más. Me prohibió arreglar más radios. Kelvin se dedicó entonces a fabricar generadores y baterías. Y más tarde, amplificadores, micrófonos, una mesa de mezclas… Montó su propia emisora de radio. El pasado verano, fue invitado por el MIT para trabajar en proyectos de ingeniería. El MIT es el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la prestigiosa universidad privada de Cambridge (USA), con 80 premios Nobel en su haber,  y la escuela de ingeniería mejor del mundo.