El gran error de la izquierda

El gran error de la izquierda, de eso que se llama izquierda, es el haber hecho suyo el de los falsos revolucionarios franceses, al dividir el mundo en dos, igual que el salón de la Asamblea Nacional. Y el haber mantenido, incluso al comienzo del sigo XXI, un concepto reduccionista de la izquierda, más allá del hemipléjico del que se mofaba irónicamente Ortega, que viene a definirse como un mosaico de todo aquello que se oponga a la derecha -que abarca desde Churchill a Hitler-, y que incluye a su vez desde  Tony Blair a Stalin o Pol-Pot. Más allá del abandono de la política democrática, de la asunción del nacionalismo como bandera propia cuando conviene, o del enquistamiento en mitos personales -Lenin, Mao-Tse-Tung o Castro-, del antiamericanismo, del culto al multiculturalismo (arrastre lo que arrastre), o de la pérdida de la noción de proceso histórico sin meta prefijada y precipitada…, está, ya digo, ese concepto difuso, entre mesiánico y comodón, de amontonar en un solo vocablo mágico toda la verdad, todo el bien, todo el progreso (mito más que plenitud), otra palabra intercambiable muchas veces, por eufemismo, con izquierda. La hemiplejia orteguiana se convierte por arte de birlibirloque, casi siempre interesado, en cuerpo místico, laicizado y laicista. Pero sólo como un semi-todo… contra otro  semi-todo.