Apariencia de concordia y paz

Una de las defensas más bellas de la libertad y de la paz que conozco en la literatura clásica es el discurso al pueblo romano, que pone Salustio en boca del cónsul Marco Lépido contra Sila y sus aspiraciones tiránicas: “Hay que actuar y salirles al paso, romanos, para que vuestros despojos no queden en manos de ellos; no se puede perder el tiempo ni buscar auxilio en las plegarias. A no ser que esperéis que a Sila le entre de una vez el hastío o el pudor de su tiranía y que deje escapar, con más riesgo para él, lo que ha cogido por medio del crimen. Pero es que él ha llegado a tal punto que no considera glorioso nada que no sea seguro y todo lo que sirva para conservar su poder es honroso. De modo que aquella paz y tranquilidad en libertad que mucha gente honrada anhelaba tener, prefiriéndola a la fatiga de los cargos públicos, no existe: en los tiempos que corren o hay que ser esclavo o ejercer el poder, o hay que tener miedo o inspirarlo, romanos. Pues, ¿qué más hay? ¿Qué leyes humanas os quedan? ¿Qué leyes divinas no han sido violadas? (…) Pero yo soy un sedicioso, al decir de Sila, porque me quejo de las recompensas asignadas a las revueltas civiles, y un amante de la guerra porque reclamo los derechos de la paz.(…) A Sila le sirve el éxito militar y político para ocultar sus miserias y se refugia en la “apariencia de concordia y de paz“, nombres que da a toda clase de crímenes: “Si vosotros entendéis que esto es la paz y los acuerdos, dad el visto bueno a las máximas perturbaciones y destrucción de la república; decid amén a las leyes que os imponen, aceptad una paz con esclavitud y dejad el ejemplo a la posteridad de aniquilar a la república al precio de su propia sangre”.