La libertad en juego

Terminado el discurso de César en el Senado, se levantó Marco Porcio Catón, biznieto de Catón el Censor, y, mucho más severo que su predecesor, pidió la pena de muerte para los cinco conjurados: “Pero, por los dioses inmortales, a vosotros os digo, sí, que siempre habéis tenido en más vuestras casas, villas, estatuas y cuadros que la república: si queréis conservar esas cosas, tengan el valor que tengan, a las que os abrazáis, si queréis gozar de paz para vuestros placeres, despertad de una vez y tomad bajo vuestro cuidado la república. No estamos tratando de impuestos ni de los agravios de los aliados: lo que está en juego es nuestra libertad y nuestra vida. (…) Pero ahora no se trata de si las costumbres en que vivimos son buenas o malas, ni cuán grande y esplenderoso es el imperio del pueblo romano, sino si todo esto, cualquiera que sea nuestro parecer sobre ello, va a seguir siendo nuestro, o ello y nosotros vamos a ser del enemigo. ¿Y en este punto se atreve nadie a hablarme de comprensión y piedad? Verdad es que hace mucho hemos perdido el nombre verdadero de las cosas…”