Hubo un dia en las Bardenas bosques de encinas y pinos, manchas arbóreas y cursos de agua viva. Hoy todavía, a causa de diversos paisajes geomorfológicos y geobotánicos, solemos dividirlas en Bardena Plegada, El Plano, Bardena Blanca y Bardena Negra.
Pastores y ganaderos, agricultores y constructores fueron descortezándolas poco a poco hasta dejarlas, en la mayor parte de su extensión, en pura encarnadura de arcillas, margas y salitre, y en los puros huesos de areniscas, calizas y yesos.
Los llamados cerros testigos se encumbran sobre mesetas o mesetillas superpuestas, de quebradas rojizas o color carne, a cuyos pies se abren, abruptos y hondos barrancos laberínticos y se extienden suelos desnudos, ocres o salitrosos, colonizados, en su mayor parte, por ontinas, sisallos y espartos, partidos, fuera del Polígono de Tiro del Ejército Español, por una gran variedad de senderos y caminos, unos ganaderos, otros agrícolas, además de los turísticos.
En el gran circo abierto entre el Plano norteño de Landazuría hasta el sureño monte Tripazul, los cabezos, de geometría variable, con diferentes nombres de origen -Castildetierra es tal vez el más popular- son la mayor atracción del visitante. Mochuelos geológicos a la hora del anochecer. Torrecillas que guardan el reloj de los tiempos naturales. Copas mondas de los árboles despojados de los siglos. Hongos calizos. Almenas fantasiosas de castillos de tierra, piedra y yesos, a los que asaltó la intemperie.
Desde los tiempos del Neolítico hasta el Bajo Imperio Romano habitaron las Bardenas, muy distintas a las de hoy, variados pueblos, cuyos restos han descubierto y siguen descubriendo los arqueólogos. Después sus pobladores prefirieron las feraces orillas del Ebro.
Fueron, un tiempo, refugios de bandidos y vagabundos, antes de que volvieran a ser, como otrora, de pastores y agricultores. Propiedad antaño de la Corona navarra, hoy lo son de la Comunidad de Bardenas Reales, formada por 18 villas de la Ribera del Ebro, dos Valles pirenaicos, de verdes pastos permanentes (Salazar y Roncal) y el cercano monasterio cisterciense de la Oliva. Todos ellos se llaman gozosamente congozantes.
Mal aprovechadas hasta hace poco, el reciente Plan de Ordenación del Parque de las Bardenas Reales de Navarra, de 45.000 hectáreas, elaborado por profesionales y técnicos de todo género, potenciado e informado por los ayuntamientos de los municipios propietarios, y bien apoyado por los Gobiernos Forales, durante la larga presidencia del alcalde fustiñanero José Antonio Gayarre, ha transformdo el singular espacio bardenero navarro: la construcción del embalse de El Ferial -junto al nuevo restaurante y espacio de ocio-, que ha creado una extensa zona de regadío y proporcionado agua de boca a las localidades más próximas; el centro de Información, rodeado de olivos y romeros y de un breve y caprichoso jardín botánico de la flora local; el mirador hasta el Pirineo o el Moncayo, coronados todavía de nieve; la protección de los parajes más vulnerables; el guarderío de toda la zona; el cuidado de los accesos; la apertura de nuevos caminos y la ampliación y seguridad de los antiguos; la formación de lagunas; el funccionamiento de los distritos ganaderos; la regulación de los corrales y de los cotos de caza; la extensión de los cultivos; el observatorio ambulante de aves…
Antes era nuestro desierto; nuestra exótica frontera oriental; nuestro Sáhara. Ya no podemos decir lo mismo. Y menos en primavera. La Bardena Blanca, Alta y Baja, es ahora, a excepción de unos pocos tramos, un verdegal. Los campos de los herbales del cereal lo cubren en buena parte. En años de fuertes lluvias invernales, como en éstos últimos, la superficie no sembrada tiene un color verdeoscuro, en el que despuntan las flores blancas y amarillas de los espartales, los ontinares, sisallares y aliagares; a las que acompañan en muchos tramos más húmedos las jaras blancas y rosadas, el tomillo, el romero, el espliego, los asfódelos, los ziapes, las amapolas, las floridas, los dientes de león, las margaritas, los llantenes, las viboreras… Sólo los cabezos, los oteros, las mesetas y las mesetillas de arcillas, margas, yesos, piedras calizas y salitres, parecen librarse de la primavera.