¡Vivan las Repúblicas españolas!

 

No sé, pero creo que a veces, por consolarme ante la crítica situación en Cataluña, repaso algunos textos históricos y los interpreto ahistóricamente, desde ahora y desde aqui, o simplemente aplico rudamente su literalidad a las circunstancias actuales. Es el caso del Pacto de San Sebastián, de 17 de agosto de 1930. Llegó a él un joven abogado catalanista de Acció Republicana Catalana, llamado Manuel Carrasco i Formiguera, alumno agradecido de los jesuitas, muy católico activo y muy nacionalista. Llegó con otros dos políticos catalanistas mucho más flexibles, pero él iba, como nos cuenta Alcalá Zamora, no ya con intransigencia de fondo, sino, además, con acritud de forma y sequedad de expresión, para dejarnos atónitos. Según Miguel Maura, otro de los presentes, Carrasco exigía la más absoluta autonomía para Cataluña. A partir del nacimiento del nuevo régimen, Cataluña recaba su derecho a la autodeterminación, y se dará a sí misma el régimen que le convenga. Tanto Alcalá como Maura, ex monárquicos, fundadores de la Derecha Liberal Republicana; como los republicanos Albornoz y Domingo, fundadores del flamante Partido Radical Socialista;  el republicano local Sasiain, futuro alcalde de San Sebastián, y el observador socialista Prieto se opusieron a tales exigencias, le explicaron su concepto de autonomía y federalismo, y le dejaron claro lo que estaban dispuestos a llevar a cabo entre todos. Y Carrasco debió de aceptar el consenso de la mayoria, porque en las elecciones generales del año siguiente, tras el plebiscito del Estatuto de Cataluña, fue con las siglas de su partido en las listas comunes y mayoritarias de Esquerra Republicana, que entonces no era independentista, sino catalanista, republicana y autonomista.- Unos meses más tarde, el ex coronel Maciá, convertido en independentista extravagante y agitador, proclamaba, el 14 de abril de 1931, en el palacio de la Diputación de Barcelona la República Catalana, una de las exaltadas quimeras de Maciá, según expresión de de Alcalá Zamora, con el sonsonete ultrafederal para las demás regiones. Se movieron con frenesí los nuevos políticos españoles, coaligados ya en el Gobierno republicano, para impedir por las buenas aquella locura. Y el día 16, tres nuevos ministros, el andaluz Fernando de los Ríos, y los catalanes Marcelino Domingo y Luis Nicolás D´Olwer (éste último, del mismo partido que Carrasco) volaron a Barcelona, y de aquel encuentro salió no la República, sino la Generalitat de Catalunya. El día 26, el presidente del Gobierno Provisional de la República Española, don Niceto Alcalá Zamora, visitó, con esos mismos ministros, la capital catalana, en olor y calor de multitudes. Tan exaltado fue el encuentro, que el mismo don Niceto, que no era ni siquiera federalista, llegó a escandir, en el mismo balcón de la Diputación, en un arrebato indigno de su habitual rigor jurídico, un estentóreo: ¡Vivan las Repúblicas españolas