Volví al centro histórico de Cádiz, tras un largo paseo a pie, y sufrí ya, sin demasiada molestia, los preparativos para la magna conmemoración del 2012 que se acerca. Di las vuelta entera de la tacita de plata, me metí por el dédalo soleado y aireado de sus calles; fui leyendo las lápidas que recuerdan a los grandes hombres de las Cortes gaditanas, contemplé el grandioso monumento a su memoria, entré en algunas iglesias, visité su precioso museo de Bellas Artes, miré las ruinas del teatro romano más antiguo de España…, y en la plaza de Argüeles (el divino), que enlaza la plaza de España con la Alameda Apodaca, descubrí sobre una columna marmórea la escultura- muy deteriorada, a punto de ser restaurada de nuevo- de nuestro san Francisco de Javier, erigida en 1735 en honor del “Apóstol de las Indias y uno de nuestros Patronos”. Poco tiempo duró en la Puerta del Mar, su emplazamiento original; fue llevada de acá para allá, hasta que en 1948 fue restaurada y repuesta en este lugar. En frente, en el lado sur de la plaza Argüelles, sobre la puerta de la casa, número 10, el Ayuntamiento de Cádiz de 1992 colocó una lápida escueta con el nombre y apellido de Fermín Salvochea, que sustituyó a la muy laudatoria, colocada tras la muerte del personaje, en 1908, y que desapareció al comienzo de la guerra civil. El santón gaditano, hombre de exrema austeridad y generosidad, popularísimo en su tiempo, a quien Lerroux llamó Cristo anarquista, vivió en esa casa de la entonces plaza de las Nieves. Fue alcalde de su ciudad en 1873 y organizó por su cuenta su república federal y su revolución antirreligiosa: expulsó a los religiosos de sus conventos, derribó unos templos y utilizó otros para fines públicos, sustituyó la enseñanza religiosa por la de moral universal, suprimió las fiestas religiosas, secularizó los cementerios, cambió los nombres religiosos de las calles por otros del santoral republicano, suprimió el capellán de la cárcel, clausuró los centros benéficos de las Hermanas de la Caridad y se incautó de los archivos parroquiales. Por aquel tiempo la escultura del santo jesuita navarro debía de estar en el museo de Bellas Artes. De todos modos, las lápidas y las columnas en honor de unos y otros no discuten, no riñen, no se excluyen. Qué síntesis de la España plural histórica en sólo unos pocos metros, ante la inmensidad relativizadora y ensanchadora del mar.