Una Iglesia accidentada antes que enferma

La breve carta escrita por el papa Francisco a la 105ª Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina es todo un ejemplo de clarividencia, de autocrítica evangélica y, además, de salero. Basten estos párrafos: Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esa alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial: mirarse a sí misma, estar encorvada ssobre sí misma, como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”. Les deseo a todos ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la solteronía clerical. (…) Les pido, por favor, que recen por mí, para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Rezo por Ustedes…