Un concilio en lontananza

Aunque en lontananza, cada día lo veo más claro y neto. Toda la actuación hasta hoy del papa Francisco, y la recientísima Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium –acertado título- me llevan a esa conclusión, que es más que una conjetura o que una pre-monición. Todo lo que lleva entre manos el papa actual no puede llevarse a término más que por medio de un concilio. Hace él bien en mantener la doctrina actual y en respetarla, porque no tiene poder para otra cosa, y sobre todo poque no fuera ni justo ni saludable obrar de otra manera. Pero llevar a cabo ese nuevo papel de la mujer en la Iglesia; revisar la situación de los cientos de miles de divorciados; matizar el plan tamiento general del aborto, que no es ni de lejos justificarlo o convertirlo en derecho, como hacen tantos inhumanistas; afrontar con valentía la cuestión de la homosexualidad; actualizar todo el capítulo de la sexualidad humana…, aparte de estudiar la descentralización y la colegialidad de la Iglesia y otros capítulos afines, como el de la reforma de la Curia o la muy deseable supresión del colegio cardenalicio -un residuo principesco de los tiempos del papa-rey-… dan pie para pensar y desear un próximo concilio, sea con este papa, tal vez demasiado mayor -que, sin duda, se retirará a tiempo-, o con el próximo, pero a partir de las premisas y promesas del actual. Un concilio Vaticano III, o Jerusalén II.