Sudán del Sur

Una de las noticias que más me alegraron durante el último verano fue la proclamacion de la indepedencia de Sudán del Sur, capital Juba, el día 9 de julio, que se convirtió así en el 54º Estado africano, gracias sobre todo al empeño de la diplomacia norteamericana y del secretario general de la ONU. Desde mis tiempos de diputado europeo, la guerra en Sudán, que duró casí 50 años y causó millones de muertos y desplazados, fue siempre una de mis continuas preocupaciones y de mis más dolorosos sobresaltos.  El nuevo Sudán del Sur, donde todavía las fronteras no son seguras y los conflictos con el enemigo islámico del norte están lejos de terminar, es uno de los países más pobres del mundo: la mayoría de las familias viven con ingresos inferiores a 20 dólares al mes; uno de cada cinco niños muere en los primeros cuatro años y una de cada seis mujeres durante el embarazo y el parto; el 85 por ciento de la población es analfabeta; desde octubre de 2010 unos 300.000 desplazados han vuelto al país y se esperan otros tantos en los próximos meses, pero en lo que va de año, 150.000 sursudaneses han sido  de nuevo desplazados y 1.800 han muerto en actos violentos en el territorio. La nueva nación es un desafío para la comunidad internacional, para la Unión Africana, para la Unión Europea y para todos nosotros. En Sudán del Sur, con una mayoría de animistas y de cristianos, la escuelas que existen están casi todas en manos de misioneros (combonianos y salesianos, sobre todo) y el nuevo Gobierno parece dispuesto a cooperar con las congregaciones religiosas y las organizaciones no gubernamentales para poner en marcha el nuevo sistema educativo. Tierra de gran abundancia, como canta su nuevo himno nacional, el reto inmenso es ahora cutivarla en todas sus posibilidades.