No a la guerra

Pocas veces, o ninguna, conoció nuestro país consenso nacional tan unánime como el que juntó por aquellos meses a los españoles para abominar “ex toto corde” de cualquier intervención en la contienda armada. Las personas intelectualmente solventes, militasen o no en política, coincidieron todas, salvo levísimos matices, con el parecer expresado por Dato y Maura al comienzo de la conflagración (…). Los restantes compatriotas, sin distinción de sexo ni edad, agudizaron (no sin fundamento ahora) el pacifisimo a ultranza, que, desde 1909 (o, para ser más exactos, desde 1899) latía vivaz en sus cuerpos y quizá también en sus almas“. Que los españoles defendieran la neutralidad en la segunda guerra mundial, recién terminada nuestra guerra civil, parece obvio. Pero el pacifismo de nuestro pueblo, su horror a la guerra, venía de lejos, como nos dicen los historidadores Gabriel Maura y Melchor Fernández Almagro en su libro Por qué cayó Alfonso XIII, en el capítulo relativo a la primera guerra mundial. Las dos grandes guerras nos venían grandes y sobre todo lejanas. No tenían nada que ver con nuestra resistencia patriótica frente a los soldados revolucionarios franceses y napoleónicos. Las últimas derrotas coloniales en América y Oceanía, y la interminable y agotadora guerra de África nos dejaron sólo las ganas de pelearnos entre nosotros mismos. Y ahora, afortunadamente, ni eso. El anterior Gobierno español no estudió bien la historia política de nuestro último siglo. Hoy en España, como en otros muchos países, la única acción militar tolerable fuera de nuestras fronteras es la del servicio de la paz (mejor con mandato de la ONU), es decir, la guerra defensiva o la que parezca, inducidamente o no, como tal. Es el caso de Afganistán o antes de la ex Yugoslavia. Por lo demás, nuestro conocimiento de la política exterior es tan exiguo y nuestra presencia en el mundo contemporáneo ha sido tan tenue, que nuestra sensibilidad ante las muchas atrocidades y guerras que han ensangretado el mapamundi apenas si nos han conmovido, fuera de la guerra de Irak, y eso por motivos de política interna. Pero las terribles dictaduras sanguinarias de Sadam Hussein y de los ayatollahs de Irán, la espantosa y larga guerra entre Iran e Irak, las numerosas e implacables dictaduras africanas, asiáticas y hasta iberoamericanas -incluida la de Castro-, y las guerras ignoradas, crueles y continuas de Somalia, Liberia, Angola, Congo, Sudán, Guatemala, Nicaragua, Sri Lanka, Vietnam, Camboya, etc., etc., no han levantado casi nunca una protesta y menos una movilización. No a la guerra, pero según dónde, cuándo y cómo.