Los premios Príncipe de Asturias

La fiesta de la entrega de los premios Príncipe de Asturias se ha convertido desde hace años en la fiesta, en el acontecimiento cultural más importante de España. Ayer tuve la suerte de seguirla desde el principio al fin, y fue una experiencia de altísimo goce espiritual. Tanto, que dejó muy atrás mi relativa alegría por el fin del terrorismo etarra y la repulsa a las mentiras y a las bajezas del mundo independentista vasco. La encantadora e informal alocución de Leonard Cohen; el dicurso científico y divulgador del asturiano de origen, Arturo Álvarez-Buylla; la  familiar y entrañable intervención de Ricardo Muti; la empeñada y testimonial lectura de Yoyohiko Tomioka, héroe de Fukushima, y sobre todo la lección magistral del príncipe Felipe, que supo enlazar,  con voz emotiva y gesto justo, los méritos de cada uno de los premiados, tan distintos, con la actualidad de la crisis económica y el triunfo de la democracia española sobre el terror etarra, fueron platos de un festín cívico-cultural difícilmente igualable. Todo el teatro en pie recordó y homenajeó a las casi mil víctimas de ETA. Y sonaron, a la gaita, al comienzo y fin de la ceremonia, los himnos de España y Asturias.