La repugnante e injusta blasfemia

 

    No vengamos ahora desde la prensa justamente progresista a minusvalorar, cuando no a justificar desahogos excrementicios sobre Dios, la Virgen y no sé si alguna otra figura de la corte celestial”, aunque su autor sea el mediático y extravagante Willy Toledo. Por todo eso no se merece precisamente el calificativo  de esforzado, ni sólo la tacha de responsable de una simple sarta de groserías, que sólo atentan contra la buena educación. Tampoco son comparables los cultos que veneran a las deidades con los que las maldicen y desafían de manera grosera y ofensiva para con las convicciones, querencias y sentimientos de los seguidores de aquéllos. Quejarse de las desdichas ante Dios o blasfemar (de blasfeméo, maldecir), a la manera unamuniana, no es lo mismo que blasfemar grosera y agresivamente, escandalosamente, hiriendo y ofendiendo a los creyentes. Como no se puede injuriar y maldecir públicamente a los padres o amigos de cualquiera o a la Patria de cualquiera, lo que haría imposibe la convivencia en paz en cualquiera sociedad. Si maldecir a Dios, máximo Amor de los creyentes, con las expresiones más asquerosas y repugnantes del diccionario, y casi siempre por un prurito de falsa modernidad, de falso progresismo, de profesional antisistematismo, de falsa libertad de expresión, es… libertad de cultos, como sostiene nuestro filósofo de cabecera, venga Dios y lo vea. O venga la estatua de la Libertad o el Progreso mismo en forma de juez informal, y… no lo vean.