Un megalómano ridículo e histriónico

 

     Consiguió lo que deseaba, ya que no marcó gol alguno, y menos el último, que tanto persiguió: ser coprotagonista singular  de la  XIII Copa de la Champions League, ganada por su equipo, el Real Madrid.  Y todo, desgraciadamente, gracias a su excentricidad, a su falta de sintonía con sus colegas en los momentos triunfales de la tarde, a su lejanía amarga y ostentosa, y a sus incalificables declaraciones, tan infantiles, tan enrabietadas, tan contradictorias, tan penosas. Nunca he visto una muestra tan bochornosa, tan ruda, tan molesta de histrionismo egoísta como la de ese diosecillo autoidolatrado además de idolatrado, que se llama Cristiano Ronaldo. Allá él con todos sus millones de euros y sus balones de oro. Ha hecho tan despreciable, incluso para muchos madridistas, su figura seudodeportiva, que no logrará en muchos de nosotros mejor configuración ni con euros, ni con goles, ni siquiera con declaraciones opuestas. Aunque ya sabemos que toda esa miseria moral ha sido posible por la masa de fanáticos (llamados fans) rendidos y ovejunos, si bien no tan miserables como él, capaces de levantar ídolos de esa talla, de aplaudirles en sus peores desaguisados, de clamar por su permanencia, pero también, ay, de sustiuirlos en cualquier momento, porque sin idolos no pueden vivir.