Hasta el cabezo de Sancho Abarca

 

                Un día fresco con sol de mayo es un día propicio para subir a la Negra y llegar hasta el santuario de Sancho Abarca, es decir, hasta el santuario de Nuestra Señora de Sancho Abarca. Entramos por un camino cerca del kilómetro 17 de la carretera de Tudela a Ejea de los Caballeros. Unos metros adelante, nos encontramos una gran balsa, entre juncos y carrizos, que se filtra y corre al otro lado del camino, avanzamos entre saladares, espartales y algunos tamarices, y subimos hasta la punta nordeste de la mesetilla de la Bardena aragonesa. Pronto un indicador nos dice que se llama “La Punta de la Negra”. Nos bajamos y nos acercamos a ella: mirador privilegiado sobre el somontano bardenero y, más allá, sobre las tierras llanas, todavía verdes, del campo de Ejea y el blanquigris de su polígono industrial. En el cercano y alto vértice del punto geodésico varias inscripciones manuales perpetúan para quien quiera subir por las escalerillas de hierro a leerlas la memoria de los mortales que las escribieron. Continuamos por la pista, muy mejorada desde la última vez que la recorrimos, entre los pinos carrascos de la ladera de la meseta y las tierras labrantías del plano, roturadas unas y granadas de trigo y cebada otras, en cuyos límites queda todavía un franja del antiguo bosque de carrascas, con algunas coscojas, algunos quejigos y arces de Montpelier. Una perdiz corre delante de nosotros, sin poder remontar el breve ribazo artificial que tiene a su izquierda hasta que encuentra una salida. A los dos lados de la pista crecen también sabinas negrales, lentiscos y sobre todo romeros. En uno de los huecos, de sol y sombra, organizamos nuestra sencilla comida campestre, en medio de un silencio total, sólo roto durante unos segundos por dos jóvenes que cabalgan bicicletas de campo. Unas parejas de buitres revolotean mansamente, no muy altos, en tareas de inspección.

Tras un breve sesteo, seguimos hasta el final  occidental de la meseta, donde, subido a un cabezo, rodeado de pinos, a 630 metros de altitud, plantaron en el siglo XVII la ermita, que luego sería el santuario de la Virgen. Pega un viento, que casi nos barre en la explanada, tofa una balconada con pinos.. Echamos un entusiasta vistazo al precioso mapa que tenemos a nuestros ojos y a  nuestros pies: el Moncayo, Tauste y los campos fértiles regados por el canal de su nombre, la vega navarra y aragonesa del Ebro, cabezo del Fraile, cabezo de Aguilar… Vamos al bar del hotel “Santuario de Sancho Abarca”, inaugurado en 2007, a tomarnos un café. Estamos solos. Nos los sirve un paisano, sesenteño al parecer, a quien preguntamos dos cosas elementales. Una, cuándo es la romería de los pueblos circundantes, y nos dice, seco, que el 9 de junio, a los “cuarenta días de Pentescostés”. Así. Después de un rato, le pregunto por si se habitan todavía  las catorce casitas antiguas y numeradas que hacen línea horizontal con el hotel,  y nos dice que preguntamos demasiado y que no damos tiempo para contestar (¡!). Lo tomamos como un chiste y nos callamos.

Visitamos a la Virgen venerable y venerada, en el altar mayor de la iglesia, construida entre 1670 y 1703. Es menudita, tanto que la confundimos con la del Pilar. Es copia de la que se venera en la capilla barroca de Tauste. Según la leyenda, un pastor roncalés, llamado Ibar, encontró, el 7 de abril de 1569. la imagen (talla gótica del XIV) entre las ruinas del castillo llamado de Sancho Abarca, en el cabezo del Fraile, término de Fustiñana. Seguramente la imagen procedía del santuario de Sarrance (Béarn), en los dominios de la calvinista reina de Navarra, doña Juana de Albret, y alguien consiguió salvarla de la perecusión hugonote. Litigaron los de Fustiñana para quedarse con ella, pero el arzobispo de Zaragoza zanjó la disputa en favor de Tauste, que celebra por todo lo alto la fiesta el 21 de abril: allá me llevaron cuando tenía sólo 4 años, y es elprimer recuerdo de mi vida. La Virgen fue coronada solemnemente en 1969. Los devotos de pueblos circundantes navarros, Fustiñana, Cabanillas, Cortes y Buñuel acuden también a las fiestas y romerías de la Virgen.

A la puerta del templo, en vez de los dos antiguos pinos, han plantado dos olivos jóvenes, que han ligado este año muy bien y están rebosantes de pequeñas, futuras olivas. Recorremos la explanada, un tanto descuidada, debajo de la cual descubrieron hace tiempo extrañas, antiguas estancias. Llegamos contra el viento y su mareas hasta la punta oriental del cabezo, donde se levantan, entre pinos, otro punto geodésico y dos altas antenas, mientras resiste un desmedrado parque infantil. Ante la hilada de las 14 casas, algunas con persianas en las puertas, no vemos un alma.

Nos asomamos de nuevo a la balconada del paisje. El Moncayo está envuelto entre nubes bajas y nieblas altas. Casi todos los cabezos bardeneros aparecen dede aqui cortados por la implacable cuchilla de la erosión. Volvemos, dando un rodeo laberíntico por los campos  esplendentes de primavera, rozagantes de luz verde, regadíos y cosechas, entre Tauste y Cortes. Y de allí, por la autopista hasta Pamplona. Mirando durante un rato al cabezo de Sancho Abarca: faro bardenero, atalaya devocional, pararrayos pinoso, punto de alto encuentro entre Navarra y Aragón.