España-Antiespaña

 Un joven oblato de María Inmcaulada (OMI), de nombre Venancio Marcos, firmaba, el 10 de noviembre de 1935, en un diario de Bilbao, un artículo, parecido a otros muchos en aquel tiempo, que podía entenderse como la síntesis acabada del catolicismo nacionalista español, o del nacionalismo católico español, tanto da. El diario no era el archicatólico La Gaceta del Norte (Bilbao, 1901), de matriz jesuítica, cuna de El Debate  (Madrid, 1911), el diario español católico por excelencia desde entonces.  Era el diario monárquico alfonsino, de corta tirada, El Pueblo Vasco, donde escribían los maestros Calvo Sotelo, Ramiro de Maeztu, el conde de Churruca, Víctor Pradera, José María Areilza y otros portavoces de monarquismo español y del partido Renovación Española, que tenían como fuente primera de inspiración la revista Acción Española, de Madrid, pilotada por el marqués de Quintanar, Ramiro de Maeztu, Eugenio Vegas Latapié y  José María Pemán, entre otros. ¿Y qué decía aquel joven oblato, a quien leímos y oímos, todavía gallardo, en los mejores años del franquismo? Pues que la Patria no es sólo un empuje telúrico, ni un mero poderío político, ni una unidad lingüística; tampoco, ni siquiera, una cultura común: En la cumbre de la cultura española está la Religión Católica. (…) No hay más que una España, que es la España católica. La otra es la antiespaña, como quien dijera: el Anticristo. Quienes no son católicos no son españoles en el pleno sentido de la palabra. Dios es unidad y la unidad de la Patria es un reflejo de la unidad de Dios. Pero enfrente de cada unidad hay un separatismo: Enfrente de la unidad religiosa, el laicismo; enfrente de la unidad social, el marxismo; enfrente  de la unidad territorial, los nacionaismos disgregadores.- Es difícil resumir tan bien una doctrina tan esencial, como resumía Marcos, seguramente bien pertrechado de escolástica. Era, sin embargo, una doctrina letal: bajo la apariencia de una noble causa humana al servicio de la religión, la religión es puesta al servicio de una discutible causa humana, inseparable de ella, una con ella. Una raíz perenne de muchos malentendidos, confusiones, mezclas espurias. Una desnaturalización fundamental de la fe en el Dios único.