En Alcalá de Henares

Llego a mi querido Alcalá de Henares. Es domingo por la tarde y esta vez hay taxis en la estación de tren. La habitación es la misma que otras veces: da a la plaza de San Diego, al rodal de cedros atlánticos y azules, y a la fachada plateresca de Gil de Ontañón. Hace frío de noviembre. En la más larga calle Mayor soportalada de España pasea con garbo  y brío mucha gente, como en tiempos. Ya no hay barrio moro ni barrio judío y es más reducido el barrio cristiano. Llego al hospital de Antezana, fundado en 1483  en el que fue su palacio por don Luis de A. y doña Luisa de Guzmán, sepultados en la iglesia adjunta. Lo recorrí en anterior ocasión. Conserva aún su bella y antigua factura,  con un patio popular de tradición mudéjar. Según tradición, trabajó en él como  cirujano sangrador Rodrigo Cervantes, padre del escritor, cuya casa museo está contigua. La iglesia adjunta tiene doble alero y una espadaña con campanica. En el hospital trabajó y residió Ignacio de Loyola mientras estudió en la universidad (año 1526); los elesiásticos le hicieron sufrir mucho. Me quedo a la misa de ocho. La capilla de la Madre de Misericordia, titular  del templo, está abarrotada. Pero ay, Dios mío, me toca un celebrante, que podía haber vivido en el siglo XVI, pero sin el genio de Ignacio. La homilía sobre el Reino de Dios (fiesta de Cristo Rey) es una muestra más de la abstracta e inútil espiritualización con que suele tratarse este punto: Jesús de Nazaret predicó un Reino muy otro. Al menos, vocaliza bien y se le entiende. Prescinde después del gesto de la paz. Y a la hora de comulgar, obliga, por lo visto, a todo el mundo a arrodillarse y a comulgar directamente en la boca, sin más excepción que la mía. Cuando, de pie, extiendo la mano, me mete casi expeditivamente la forma en la boca. En aquel tiempo la Inquisición le hubiera dejado tranquilo, ya lo creo .- Hace frío de noviembre. La gente se va retirando de la calle Mayor soportalada, enlosetada en el centro y enlosada en las aceras cubiertas. La bella plaza de Cervantes es toda luz y comienza a caer un fino calabobos incluso sobre los que creemos que no lo somos.