El pueblo más bonito de España

Vuelvo de un recoleto paraíso de paz, de fraternidad y de acogida, próximo a la costa  levantina, del que ya he hablado en ocasiones anteriores. Y no hay que repetirse. En el camino nos damos con el anuncio del pueblo, que siempre me han presentado como el pueblo más bonito de España. Se trata de Albarracín, claro, en la  hasta hace poco escondida provincia de Teruel, antes de la construcción de la autopista del Mudéjar. Los libros, los folletos, las muchas páginas electrónicas nos hablan, naturalmente, de su prieta historia, de sus propietarios y de sus personajes, de sus castillos y murallas, plazas y calles, iglesias y ermitas, ríos y regatos, posadas y hoteles, casas y casonas… Pero antes de todo esto, está para el que la ve por vez primera, como acabo de verlo yo, esa inmediata visión-conmoción de un Albarracín fantástico y realísimo, aparecido y tradicional, ancestral y novísimo, ascendido y descendido, vertical y horizontal, fascinante y encallecido, aguileño y fluvial, cimentado y enhiesto, castillar y espejado, escarpado y hundido, fugitivo y apresado, amurallado y libérrimo, defendido y expuesto, moro y cristiano, medieval y contemporáneo, individual y eclesial, ístmico e isleño, encallado y navegante, encaramado y trepador, lumínico y aborrascado, angosto y expansivo, encaprichado y seguro, furibundo y cautivador, azul y terroso, estático y extasiado, lejanísimo y próximo… Interminable Albarracín, que casi agota el diccionario de los más bellos epítetos. Que para eso es el pueblo más bonito de España.