El “inconsciente divino”

Leo un denso estudio del teólogo jesuita francés Bernard Sesboüé, a quien he leido mucho, sobre el Espíritu en la vida de Jesús, en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Apunta que en las cartas de san Pablo resulta a veces difícil saber si la palabra espíritu designa a la persona divina del Espíritu Santo o simplemente nuestro propio espíritu. Y añade que el Espíritu pertenece a nuestro “inconsciente divino”, a la región más honda de nuestra alma, la región misteriosa de nuestra trascendencia, donde se encuentra inscrito nuestro deseo de Dios y donde se juega el conjunto de nuestras relaciones con él. La misión del Espíritu es hacer habitar en nosootros al Padre y al Hijo. En un sentido, el Espíritu desempeña en nosotros el papel de meta-persona, de una persona que está debajo (yo diria, mejor, que dentro) de nuestra propia persona. Presene en la frontera fluctuante de nuestro inconsciente y de nuestro consciente, para darnos el don de Dios e invitarnos a responder a ese don lo mejor que podamos.- Sí, me parece no sólo sugerente, sino plenamente coherente con la teología de la creación y conservación de Dios. Si Dios es nuestro fundamento, lo sepamos o no, lo queramos o no, el Espiritu que es el Amor de Dios, el Amor entre el Padre y el Hijo derramado sobre el mundo, sobre cada uno de los hombres, ¿cómo no va a ser el inconsciente divino, la frontera fluctuante entre  lo consciente y lo inconsciente, sea cual sea nuestra respuesta?