El Espíritu y sus dones entre las mujeres

Cettina Militello es una de esas activas teólogas, repartidas por todo el mundo, que piensan, enseñan  y escriben una nueva teología o renovada, que tanto bien nos está haciendo en la comunidad cristiana universal. En uno de sus trabajos recientes,” El movimiento de Jesús y los carismas de las mujeres”, repasa, sugerente y creativa, la intervención del Espíritu en la historia, otorgando los dones carismáticos a la mujeres, a pesar de su marginación social y religiosa. En su exposición aparecen no sólo las matriarcas y heroínas de Israel -Eva, Sara, Ana, Rut, Noemí, Judit, Débora, Betsabé,  Jezabel, Atalía,  Yael, Ester, la Amada del Cantar…-, sino también las mujeres “sabias” (Abigail, la mujer de Tecos, Rispá, la juez Débora) o las profetisas como la mujer de Isaías, Miriam, Noadías, las profetisas anónimas de Ezequiel, o la deslumbrante Julda. En el Nuevo Testamento, Ana es llamada  profetisa con toda naturalidad. Y las mujeres que siguen con entusiasmo y con toda disponibilidad a Jesús de Nazaret ¿qué son? ¿Sólo criadas, mujeres del servicio, mu(chachas), empleadas de hogar? ¿No fueron las que le siguieron desde Galilea a Jerusalén, no le dejaron solo en su pasión, se acercaron lo más que pudieron a la cruz, estuvieron viendo dónde le enterraban y fueron las primeras testigas de la Resurrección?. ¿Y no tuvieron  función alguna en la Iglesia? ¿y tampoco la madre de Jesús? ¿Sólo María de Magdala puede llamarse a boca llena discípula o apostola apostolorum? En los Hechos de los Apostoles y en las cartas de Pablo vemos profetizar a las cuatro hijas de Felipe y a varias mujeres de Corinto. ¿Y no son evangelistas Priscila o Febe? ¿No son maestras (didaskalos) Lidia, Priscila, Loida y Eunice? No son pastores o pastoras, líderes o lideresas de la comunidad: Febe, María, Trifene, Trifosa, Pérside, Evodia y Síntique? La  ocultación del Espíritu en la historia de Occidente -tema candente hoy en nuestra teología-, el vacío en la misma de la dimensión femenina de Dios, que ha ocupado, bien o mal, la devoción a la Virgen María, ¿no ha llevado consigo, al menos, por no ir más lejos, la ocultación de los carismas de la mujer, dejadas sólo ver en algunas extraordinarias santas y fundadoras (casi siempre las dos realidades juntas)? ¿Nos las impulsó el Espíritu, y no se dejaron llevar, dóciles, por él hacia  otras funciones más activas y responsables en la vida de la Iglesia?