Ecce Homo

El responsorio “¡Oh, vos omnes..!”, cantado hace unas horas por el grupo gregorianista navarro Gaudeamus, me ha evocado el cuadro de Antonio Saura, Ecce Homo (1960), que contemplé recientemente en el Museo Reina Sofía, de Madrid y lo llevo en la memoria más viva. Una de las mejores creaciones -óleo sobre lienzo- del autor de la serie Crucifixión es también una de las mayores creaciones de la historia de la pintura española, y aun de la universal, sobre un tema tan habitual en ella como la Pasión de Cristo. Sin duda que para el autor oscense es a la vez el cuadro del dolor humano, del hombre maltratado y torturado, pero eso no cambia un ápice la realidad, antes bien la interpreta según la mejor teología cristiana. Espinas y cabellos ensangrentados coronan un rostro destrozado, en el que se han estrellado todas las afrentas, humillaciones, dolores y quebrantos, directamente posado sobre una columna fría y marmórea, de la que salen dos como brazos, no sé si de azotes o de horrores, en uno de los cuales me parece ver un pequeño espejo, extremo de la burla y la irrisión. Es El grito -otra de las series célebres de Saura- aquí silenciado, hecho imposible, bajo un ojo ennegrecido y otro amoratado, la mandíbula hecha un garabato y la boca evanescente. ¿Varón de dolores? Ni siquiera eso: el dolor y la destrucción del hombre hechos dibujo terrible, y unos trazos, bien trabados, de pintura gris, cárdena, roja y negra. Para un creyente, la tras-cendencia hecha tras-descendencia y sobre todo con-descendencia, en acertada expresión del teólogo Jon Sobrino. ¡Oh, vos, omnes…!