De Nuestra Señora de Ayala a Guilchano (y II)

 

Muy cerca de Elburgo, la capital del ayuntamiento con seis concejos, que ha ido creciendo estos úlimos años hasta los 175 habitantes, y a orillas del río Alegría, está Oreitia, que ha pasado en quince años de los 40 a los 80 pobladores. Es un pueblo precioso, en medio del campo, con sus huertas caseras, sus casas rurales antiguas y villas nuevas, limpio, tranquilo, todo renovado. Como todos los de la Llanada. Como todos los de Álava. Documentado ya en 1025, a finales del XII se construyó la iglesia de San Julián y Santa Basilisa, de la que nos queda una gran portada con capiteles figurativos y un ventanal de medio punto. Recrecido todo el templo en el siglo XVI, y añadido un pórtico con dos columnas dóricas sosteniendo la cubierta, la cabecera románica del XIII presenta unos canecillos originales. En el lado sur, justo debajo de un hombre que saca la lengua, y sobre un bello óculo de cuatro círculos, prosigue su camino de piedra el Caballero de Oreitia, a caballo naturalmente, con un gran escudo, lanza y, debajo de la punta de ésta, el banderín de su señorío, de su Orden o de su rey. Al sur del templo, se extiende un amplio atrio exterior, con yerbín, donde perduran  cuatro viejas acacias, y una fuente de piedra.

Cerca de Oreitia visitamos Matauko, con la mitad de habitantes del anterior y un pelín más descuidado, a nuestro parecer. Documentado en la misma fecha que Oreitia, el rey Alfonso XI de Castilla, el justiciero, lo agregó a Vitoria, y sigue siendo concejo de la capital alavesa. También aqui la iglesia de San Pedro, recrecida y transformada después, conserva algunos elementos románicos, como la esbelta portada del XIII, con cinco arquivoltas vegetalmente decoradas -hojas de acanto, rosetas y palmeras- y canecillos en el tejaroz, así como el arco triunfal del presbiterio, aunque la planta interior de salón con bóveda estrellada es del siglo XVI. En las ménsulas del sobrearco de la portada vemos los rostros típicos medievales de la dama y el caballero y varios motivos heráldicos. En el atrio exterior hay dos plátanos, dos pequeñas porterías de fútbol, dos farolas y una fuente. En la puerta de la iglesia, está fijado un papel blanco, que dice lacónico: Colecta del Domund: 68´20  €.

Como la tarde va cayendo, nos vamos hacia otro concejo cercano de Elburgo, que se llama Argómaniz y es famoso por su Parador (1978), en que se convirtió el palacio de los Larrea (s.XVII), donde descansó Napoléon antes del asalto a la ciudad de Vitoria. El concejo ha pasado desde los 38 habitantes en el año 2000 a los 180 en la actualidad, tras una construcción masiva de villas -un nuevo pueblo/jardín- en torno al Parador, viejo conocido del viajero. Tomamos un refresco en la cafetería y seguimos luego cinco kilómetros adelante por un buen carretil hasta el viejo despoblado de Quilchano, desaparecido también en 1337. A la vera del camino, en un altillo, todo rodeado de un seto irregularmente circular de víburnos, arces, abedules…, nos encontramos con gran cristalera cuadrada que recubre y protege las ruinas de la moderna ermita y de la antigua iglesia. Lo que queda de ella es sólo el presbiterio y la cabecera. La linda decoración de sus ventanales con fustes de cestería y cuadrifolios, se inspira en la rica portada de Estíbaliz. La iglesia ha sufrido numerosos cambios. Romámica del XII, se derrumbó pronto y volvió a derrumbarse en el XIV tras el despobamiento. Derrumbada de nuevo, fue reducida a ermita a mediados del XVIII y se vendieron muchos carros de piedra para Vitoria y pueblos aledaños. Nuevas transformaciones y reparaciones la han dejado como está: para unos un horror, para otros lo mejor que ha podido hacerse.  Se conservan algunas pinturas medievales recogidas en unos paneles expuestos en el presbiterio, presidido austeramente por un Crucifijo. Es un lugar idílico, totalmente cercado por la vegetación, con varios merenderos. Cerca de la cabecera vemos en el yerbín las primeras primulas de la primavera. Un padre, al parecer, y una niña se sientan, cuando llegamos, en las bases de piedra del viejo edificio que quedan al aire ante la actual entrada a la ermita. Cuando terminamos de dar la vuelta al conjunto, ya se han ido.