Críticos sin autocrítica

Me cuentan varias anécdotas de políticos, que han visitado algunas de las plazas de los indignados, queriendo llevar el agua a su molino. Tentación muy humana, pero muy torpe e inoportuna y de muy poco sentido común. Es, por otra parte natural, siendo la autocrítica -que suelen llamar con desprecio autoflagelación– la virtud más alejada de todos los hombres de poder. La misma oposición en el partido del Gobierno a un congreso ordinario o extraordinario ¿no es una muestra de oposición a toda autocrítica seria?   Me cuentan que, la semana pasada, en cierta ciudad española, acercóse el buen alcalde, muy votado él, creyéndose muy popular, a compartir la crítica, que no la autocrítica, con los emplazados, y los jóvenes y no tan jóvenes rebeldes le leyeron la cartilla: el regidor era, precisamente, uno de los blancos de los dardos, pacíficos pero certeros, de los congregados. Todo sea por Dios. En esos minutos eternos entendió el lider carismático muchas cosas que no habia entendido hasta entonces, después de tanto informe, tanta estadística,  tanta cartilla ideológica, y hasta tanto trato rocero, pero rápido, con las masas. Nunca es tarde…