Basílica de San Pedro

Hoy no me distrajeron
las estatuas gigantes de los santos,
ni las de los papas con su laudas excesivas en latín,
los cuadros y las tallas de célebres pintores y escritores.
Ni siquiera la gloria de Bernini.
Me acerco, humildemente agradecido,
a la cripta de la tumba de Pedro el Pescador
y primer papa,
columna de la Iglesia,
no de mármol, pórfido o granito,
sino de sangre martirial.
Y me dejo envolver por el arte del espacio:
por la gloria de Dios creador,
la inmensidad del orbis terrarum,
la anchura y longitud de nuestra madre Tierra,
asumida y redimida por Cristo,
y el regazo materno y fecundo
de la Iglesia universal.