Archivo por meses: febrero 2014

La renuncia

Pase lo que pase, sea lo que sea, la salida -que no solución-. mejor para la infanta Cristina, para la familia real, para la Monarquia española, para España, sera la renuncia a sus derechos al trono, que apenas le afectan a ella, por su séptimo lugar en la línea de sucesión, pero sí a la primera institución española y al buen nombre de la misma. El pueblo español distinguirá bien en todo momento la persona de la heredera, los deberes y derechos familiares de los deberes y derechos reales, piense lo que piense de la fidelidad de la mujer a su marido, el señor Urdangarín, nada ejemplar, según la misma Casa Real.

Hagiografía, no historia

Centenares de libros de historia contemporánea han pasado, estos meses, por mis manos, para algunos de de mis trabajos en curso, en varias bibliotecas navarras y  españolas, especialmente en la de la universidad de Navarra, ricamente dotada, por sus muchas adquisiciones, y sobre todo, en lo que a libro histórico se refiere, por sus muchos legados. He tenido, pues, ocasión de comparar las buenas con las malas, o incompletas, historias: las de pura épica, las de propaganda, las redactadas a voleo, las repetidas, las más o menos plagiadas, las meramente crónicas, las testimoniales, las tesis apriorísticas, las buenas historias  pero escritas sin método o con método elemental… Entre las historias de propaganda abundan las hagiográficas (o vidas de santos) en honor de una persona, de una institución, de una entidad cualquiera. Tales son los libros editados por cuenta de esas instituciones o encargados con ese fin. Cuando son historias de los propios partidos, sindicatos u otras instituciones similares, la hagiografía es segura. Lo que no obsta para que a través de ella nos hagamos con datos, noticias, anécdotas, siempre interesantes para una verdadera historia. Ejemplar me parece en este punto el libro, que no conocía hasta ahora, de Jesus Eguiguren Imaz, Historia del socialismo vasco (1886-2009), editorial Hiría, San Sebastián, 2009. Basta verlo para imaginar que ha sido pensado como libro hagiográfico de regalo: por su forma, su peso, sus fotos… Cuando uno lo ve por dentro, tine lo que se temía. La historia verdadera importa poco. Baste decir que se pasa guapamente del congreso del PSOE de 1932 a mayo de 1936, salvando así la catástrofe socialista de 1933 y 1934 (pp. 258-59). Al tema del Estatuto vasco y Navarra, capital en ese tiempo, se le dedican algo más de tres líneas. Y así en todo.- Vidas de santos, vidas de héroes, vidas de los nuestros, donde la verdad es una excepción y siempre un lujo.

Últimos aforismos

 

– El ascensor es la plaza mayor de los vecinos de un bloque de viviendas.

– La función social de la propiedad, principio fundamental de la doctrian social catolica, que sostiene que todos los bienes tienen como fin primero la vida y el bienestar de todos, ha servido a muchos propietarios como función legitimadora de su propiedad privada: ellos son los que mejor sirven al destino común de esos bienes.

– Es natural que la joven política de extrema derecha, Cristina Seguí, por su sola belleza tenga muchos seguidores.

Un colectivismo cristiano

Ángel Carbonell i Pera (Badalona, 1877-Barcelona, 1943)), sacerdote ordenado en la diócesis de Barcelona, fue director literario de la casa editorial católica Subirana. Nombrado passioner, encargado de los pobres y enfermos de la parroquia de San José, en el barrio chino de la capital catalana, publicó en 1928 sus reflexiones sobre su dura experiencia con el nombre de El colectivismo y la ortodoxia católica, libro que levantó apasionadas discusiones así como fervientes adhesiones y  amargas protestas. Carbonell influyó mucho en los jóvenes que, un año más tarde, fundaron el diario católico El Matí y, dos años después, la Unió Democràtica de Cataluña, el primer partido netamente demócrata cristiano de España. En ese diario escribió Carbonell, lo mismo que en la revista La Paraula Cristiana, dirigida por Cardó, y en otras publicaciones sociales. En 1940, conmocionado por la guerra y la persecución religiosa, publicó Cartas de combate en defensa de la fe, dirigidas a las juventudes cristianas.-  Para Carbonell, ninguna razón prohíbe que un cristiano sea colectivista, entendida la colectivización como producción y apropiación común de los bienes. Lo que deconoce la escuela cristiana es precisamente el individualismo de la propiedad, pues se la tiene por legítima sólo como el medio más natural y eficaz para conseguir el bien de todos. La constitución actual de la  sociedad, guiada por criterios individualistas, imposibilita a menudo el cumplimiento del destino primero y esencial de las cosas exteriores y deja a los indigentes indefensos para la realización de su derecho a la vida, superior a todos los títulos de la propiedad privada. El sociólogo catalán -uno de los grandes eclesiásticos que honraron la Cataluña de los años veinte y treinta: Palau, Llovera, Rucabado, Civera i Sormaní, Carreras, Cardó, Vallet, Esplugas, Sanabre, Bonet …- discutía el carácter de ley natural de la propiedad privada y encontraba argumentos en los Santos Padres de la Iglesia para probar que aquélla nació más bien de la imperfección de la naturaleza humana. El salario y la hrencia, instituciones tan propias de la sociedad burguesa son ampliamente criticadas por Carbonell: encontraba dudoso el llamado derecho natural de la sucesión hereditaria como necesaria para la conservación de la familia y para el recto orden de la sociedad. Y juzgaba ilusoria toda elevación de salarios, mientras los instrumentos del trabajo permanecieran en poder del capital, dueño y regulador de la producción. El autor de tan insólito trabajo, obra de un eclesiástico, en medio de la Dictadura de Primo de Rivera, subrayaba la solidaridad de la sociedad colectivizada, que, según él, se asemejaba más al comunionismo establecido por la enseñanza de Jesucristo.

Periódicos “católicos”

La Gaceta del Norte, de Bilbao, cuyo consejero delegado era en 1934 el catolicisimo José María de Urquijo, había surgido en 1901 de un grupo de católicos vascos -entre ellos Urquijo-, independientes, carlistas y nacionalistas vascos, que pusieron dinero, organización y entusiasmo a la iniciativa del jesuita vasco J.M. Palacio. En 1911 apadrinaron e hicieron posible el nacimiento en Madrid del periódico El Debate, dirigido por Ángel Herrera, que iba a ser el diario católico por excelencia en España hasta 1936, y uno de los mejores diarios españoles. En 1934, tras el fracasado golpe izquierdista de octubre, la vida política española estaba muy agitada y la división entre las dos Españas al rojo vivo. La Gaceta se unió entonces al coro de la prensa monárquica y tradicionalista, que acusaba a los nacionalistas vascos de haber evolucionado hacia el “izquerdismo social”, lo que era en parte cierto, si a lo social se referían, y menos cierto, si a lo político. A lo que respondió con dureza Euzkadi, el diario oficial del PNV: En La Gaceta del Norte hay hombres que pertenecen a Acción Católica. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido [desde la aparición en 1931 de la “Quadragessimo anno”], estamos por leer en La Gaceta no ya una defensa de los postulados socialcristianos mantenidos en la encíclica de Pío XI, sino ni siquiera la menor divulgación de ellos. Su obligación de periódico católico no le exigía otra cosa que divulgar y defender esos principios de la doctrina social católica. Esto no es derivar hacia el izquierdismo social: eso es eludir de intento la doctrina social de la Iglesia cuando ésta perjudica al bolsillo, contribuyendo a que las masas ignorantes de esa preciosa y redentora doctrina que, sin destruir nada, tiende a elevar a todos los hombres, se marchen a otros campos, marxistas o comunistas, dejando en su antesala la religión, la espiritualidad y todos los los valores morales que tanto dice defender La Gaceta del Norte.  Y aludiendo a la acusación susodicha en la pluma de un redactor anónimo del diario católico bilbaíno, continúa el órgano nacionalista vaasco: Quien con positiva obligación de predicar esa doctrina social cristiana no lo hace, quien mantiene un silencio durante años y años, inadmisible bajo todos los puntos de vista, no puede acusar a un partido que, como el nacionalista, es el único, el ÚNICO, que, en el pueblo vasco, desde su periòdico, desde sus tribunas y en toda ocasión divulga y enseña las doctrinas sociales de la Iglesia.

Los “defectos” de Felipe González

En el cara a cara de ayer, dentro del programa Salvados, sobre la cuestión de la consulta catalana, no estuvo mal la intervenciòn de Felipe González, aunque le faltó la rapidez y la agudeza de Artur Mas. Uno de los fallos principales del ex presidente del Gobierno, tan propio de racionalistas y progresistas como él, es el desprecio o menosprecio, al menos, de la historia, cuyo concepto no comprenden y cuyo contenido ignoran: –No quiero emplear argumentos históricos (o algo así)… Cuando el único argumento, que él mismo adujo, aunque demasiado a prisa, sobre el caso de Escocia es histórico, y ¡cuando el mejor argumento sobre Cataluña es el histórico: la permanencia de nuestra convivencia desde hace veinte siglos¡ Qué ocasión para haber aludido, al menos, a veinte siglos de historia próxima o común, desde la Hispania citerior o Tarraconensis, con Tarragona como capital, hasta el mismísimo 1714, y después a la Cataluña de 1808, de 1812 y 1868, de 1917 y de 1931, de 1934 y de 1936, de 1939 y de 1977… Si los últimos 30 años han sido los mejores -cosa en la que dos contendientes estuvieron de acuerdo-, durante siglos Cataluña fue también muy española… A Felipe le faltó valor para responder a la pregunta de Mas sobre la desafección de los catalanes en los dos últimos años, y, sin querer, pareció hacer buena la tesis de Mas de cargar sobre Aznar y sobre el Tribunal Constitucional, como si   Zapatero-Maragall no hubieran existido y no fueran realidad dos años de inducción y propaganda constante, oficial, poderosa, masiva de las instituciones catalanas, incluida la prensa antes española, a favor de la independencia. Le faltó más valor todavía para descalificar a su partido hermano, el PSC -cosa, por otra parte, impensable en políticos de partido-, que en tiempos arrastró a la mayoría de la emigración en Cataluña, y desde hace tiempo –federal, pero no español- está volcado ahora en favor del derecho a decidir. ¿No habrá influido eso en cientos de miles de votantes catalanes mucho más que la sentencia del Constitucional? Y, cuando le leyeron una serie de expresiones aberrantes de polìticos de su partido sobre Cataluña (Ibarra, Vázquez, Bono…), él no tuvo a mano un solo testimonio para contrargumentar, y se olvidó de la ya vieja campaña contra productos españoles, la repetida desobediencia a sentencias de los tribunales sobre la enseñanza del castellano, las multas a los anuncianes en esa misma lengua, la quema constante de banderas españolas, los pitidos al himno nacional… Argumentos negativos, es cierto, poco eficaces a la hora de dialogar, pero decisivos a la hora de replicar.- Sé que es demasiado fácil desde aqui apuntar defectos. Elogio igualmente desde aquí la valentía de FG por  haber querido lidiar en solitario. Eché también en falta un lamento dolorido en el expresidente del Gobierno de España sobre el silencio, el miedo y la cobardía de tantos catalanes-españoles que se callan como muertos, una de las causas principales de la situación actual. Y me pareció ejemplar su sentido institucional para no hacer, una vez más, obra de partido metiendo el dedo en el ojo del competidor electoral. De eso ya se había encargado, ayer mismo, y en Cataluña, Susana Díaz, acusando a separadores y separatistas (¡qué novedad¡) y poniéndose ella y su partido en medio. ¡Angelazo rubio andaluz, sacado de un cuadro de Murillo!

El integrista

En el verano de 1934, se preguntaba el joven escritor nacionalista vasco José de  Arteche, con el título de un artículo publicado en el órgano de su partido: ¿Cuál es el móvil del integrismo? Y, en su respuesta, escribía cosas como éstas: Egoísmo y pequeñez de alma. He ahí sus características principales. (…) Irascible en grado sumo, tiende siempre a agredir. Se aprovecha de la natural repugnancia humana a las disputas, y, si no le responden, utiliza el silencio de su adversario para afirmar la razón de su tenebrosa labor. Es el artista en el arte de esgrimir textos. (…) Usa y abusa de los textos, los corta a su medida, nada más que hasta el sitio donde le conviene. (…) Protesta contra todo, se opone a todo. (…) Todo se funda para él en principios negativos. (…) El integrista destruye; jamás querrá construir, es incapaz de ello. Su placer es obstaculizar, poner trabas, dificultar. (…) El integrista es hombre de dos medidas. Tiene una  medida para sí, tiene otra medida para los demás. (…) Quieren los integristas aparecer como los únicos santos, y ¡cuántas veces distinguen con su odio a los santos verdaderos! (…) El integrista es el hombre de las primeras filas. Para defender los principios religiosos él está siempre en primera línea o, cuando menos, se jacta siempre de proclamarlo. Él es quien primero esgrime las directivas pontificias, pero fíjate bien: ¡siempre las usará contra aquél que juzga más cercano a ellas.