Archivo por meses: abril 2008

“Tendríamos que haber gritado”

Me llega la biografía de Dietrich Bonhoefer, escrita, bajo esa rúbrica, por Christian Feldman. El compromiso cristiano de este joven teólogo, pastor luterano, muerto en un campo de concentración, y cuyas obras leí con entusiasmo en mi juventud, le llevó a su entrega por la liberación de los judíos alemanes y a la conspiración contra el régimen nazi. El título del libro lo dice todo. Pero pocos gritaron. Prefirieron ser -y vamos a respetar las duras palabras, por ser las de un profeta y un mártir- “ un pueblo de cerdos compuesto por bolcheviques de derechas“.

Otro poeta capuchino

Los capuchinos navarros han tenido buenos poetas. El último, a quien todos quisimos y admiramos mucho y le abrimos muchas páginas de Río Arga, fue el  aoísco P. Damián Iribarren, a quien la poetisa María Socorro Latasa va estudiando y comentando, libro tras libro. Ahora mi amigo el historiador P. Tarsicio de Azcona, a quien todos le hemos aprovechado muy poco, me regala un libro de versos de otro capuchino navarro, P. Néstor Zubeldía Barseló, natural de Milagro, titulado poesía trascendente. Editado por la curia provincial de capuchinos de Navarra-Cantabria-Aragón, para que no haya dudas. Libro plenamente religioso -Jesucristo, Santa María, Navidad, santos-, libro plenamene clásico, en la forma -sonetos sobre todo, romances, cuartetas…- y en el fondo, su servidumbre y su reciedumbre son también clásicas, serenas, hermosas, populares, como muestra este soneto a Cristo resucitado:

¡Qué belleza, Señor resucitado,
cuando surges gozosamente fuerte
y surcas la avenida de la muerte
desconcertada en tu esplendor sagrado.

Tú mudas nuestro miedo amedrentado
a la muerte segura y siempre inerte
por la alegría de volver a verte
y sentirnos felices a tu lado.

¡Cómo navega el alma y se recrea
contemplando el sepulcro ya vacío
y el beso azul de tu ascensión gloriosa!

¡Cómo siembras la paz y nos orea
el aire de la gracia y poderío,
Señor de nueva vida luminosa!

Llueve

Llueve. Sigue lloviendo. ¿Qué mejor noticia para esta España, seca de toda la vida? Llueve, y es la mejor noticia, aunque no fue vista así, directamente, a lo largo del debate de la investidura. Aunque casi todos los medios informativos hablan de la lluvia y la nieve en términos casi siempre negativos, casi siempre y sólo de sus efectos colaterales adversos, como si fueran enemigos naturales del hombre, como si la población española se redujera sólo a los conductores en carretera. Aunque me haya chirriado esta tarde, durante un chaparrón insistente, y yo, insensato, sin paraguas. Llueve y ojalá siga lloviendo.

Debate de investidura

No he podido verlo por completo a causa de dos viajes, pero lo que he podido ver y leer me ha parecido mejor y más positivo que el de hace cuatro años y que los debates llevados a cabo durante toda la legislatura pasada. A pesar de la falta de autocrítica de todos los oradores, y de la encantadora demagogia de todos ellos. El cara a cara entre el portavoz del PNV y el candidato a presidente del gobierno de la Nación me pareció de gran altura, y la intervención de Rodríguez Zapatero, fina, viva, inteligente y resuelta: excelente.

¿Qué liberales?

Me parecería una broma, si no me molestara tanto. Es el colmo oír y leer cómo se llaman y proclaman liberales a cada paso los que a cada paso desprecian a sus oponentes políticos o a sus adversarios culturales, se mofan de ellos, les insultan y les injurian. Liberales, quienes, ricos de toda la vida, sin la menor sensibilidad social, dicen defender mejor que nadie los valores de la libertad: una libertad abstracta, teórica, al servicio de las clases permanentemente dirigentes. Liberales, aristócratas y consortes o familiares de aristócratas (los mejoresaristoi en cuentas corrientes o en apellidos históricos), ellas y ellos, que deben de pensar que todos los que no vivimos y pensamos como ellos/ellas somos unos absolutistas, estatistas, serviles, borregos, tal vez socialdemócratas, cristiano-demócratas, social-cristianos, socialistas, izquierdistas…, qué sé yo. Pero ¿sabrá esa gente guapa o gente lista liberal qué dice el diccionario sobre tan bella palabra, invención española, y sobre todo qué dice la historia sobre la realidad del liberalismo?

Mujeres en la Iglesia

Siempre que leo libros, ensayos, artículos de mujeres teólogas -que cada día son más y más activas-, mi preocupación crece y a ratos mi irritación. Por otra parte, siguen los sesudos varones eclesiásticos hablando y hablando sin parar de la mujer en la Iglesia y fuera de la Iglesia, sin que se dé un solo paso adelante. Leyendo y releyendo de muevo, esta cuaresma, los mejores libros que han ido publicándose sobre Jesús y su tiempo, he ido entendiendo la revolución que fue, en aquel tiempo, la actitud del Maestro con las mujeres y la fidelidad de éstas con él, hasta durante su pasión, cuando los varones huyen, siendo, además, las primeras testigos de la resurrección. ¿Y qué pasó después, durante veinte siglos? Unas cuantas santas excepcionales, unas cuantas abadesas excepcionales, muchas fundadoras excepcionales, muchísimas mujeres mártires, apóstoles, misioneras, en el claustro o “en el mundo”, dedicadas de por vida a la Iglesia hasta hoy mismo, muchísmas más que varones, y, por contra, todo el poder, la autoridad, el honor, la gloria… en manos de los varones. ¡Qué injusticia secular! ¡Qué bromazo tradicional! Con la historia en la mano, hasta puede uno “justificar”, mal que bien, la cosa dentro del varonismo universal. Pero, metidos ya en el siglo XXI, ya no hay justificación que valga. Y, además, ¿dónde ha quedado aquella revolución que trajo el Nazareno, también en este campo? ¿Y ni siquiera se van a atrever las conferencias episcopales a ordenar diaconisas, al menos para empezar?

Carlos Chivite


    Le conocí en Cintruénigo, antes de que entrara en el partido socialista y luego le traté de cerca en los tiempos en que él era el segundo diputado a Cortes y yo consejero y, después, presidente de la gestora del PSN-PSOE. Cuando Carlos Chivite fue elegido secretario general, desbancando a Lizarbe que había perdido estruendosamente dos elecciones forales, escribí una nota muy crítica, que, al fin, no envié al periódico. En ella venía a decir, en sustancia, que era de la misma escuela que Lizarbe, a quien ayudó decididamente en sus primeros años y sobre todo en el acoso y derribo de la gestora, incluso mientras el derribado secretario general era miembro de la misma. El verano pasado, desde dentro del partido y desde fuera de él, Chivite y su equipo fueron objeto de una atroz campaña de insultos y descalificaciones, que nos recordaron la que nosotros sufrimos diez años antes: entonces porque sólo unos pocos decidimos salir del gobierno tripartito tras el escándalo de las cuentas en Suiza; esta vez porque la comisión ejecutiva del PSN-PSOE, unánime en su propósito de hacer un gobierno con los soberanistas-independentistas, había sido descalificada por la dirección del PSOE y obligada a dejar gobernar al partido mayoritario en Navarra. Un mismo fondo pero dos ocasiones muy distintas. Unos meses antes de todo eso, Carlos Chivite y yo coincidimos en el mismo tren, de Pamplona a Madrid. Nos habíamos encontrado por entonces en un restaurante popular, y me había dicho que me leía: te leo. Yo, por entonces, escribía en tonos muy conciliadores sobre la la necesidad de la unión nacional frente al terrorismo y al independentismo, y así se lo recalqué. En el tren, él se me acercó con muchas ganas de hablar. No le oculté lo que yo pensaba de la situación polìtica española y navarra, y del gobierno Zapatero. Eran los días crudos de la negociación con ETA. Él me negó cualquier participación de los socialistas navarros y se mostraba muy incómodo porque Sanz no le recibía, mientras éste se quejaba de continuo de que Zapatero no le recibía a él. Cuando nos separamos para comer cada uno en su asiento, le prometí ir con él a tomar café. Pero antes de llegar la hora, volvió a sentarse a mi lado y continuamos la conversación. No voy ahora a contarlo todo. Cuando leí, el 15 de febrero la nota grosera que publicó el PSN sobre mi papel en la Exposición, recordé aquel encuentro y le escribí, al día siguiente, un correo electrónico, cordial a la par que enérgico, pidiéndole una rectificación. A los ocho días, la respuesta fue mi comparecencia en el Parlamento, pedida por el mismo grupo parlamentario. No sé qué pasó entretanto. Algún día lo sabremos. Tras el accidente de Estella, escribí a su familia, en Cintruénigo, una carta de condolencia, en la que pedía a Dios y a la Naturaleza una salida feliz a la crisis cardíaca. No fue así. El día de su muerte, le recordé intensamente ante Dios, ante el Dios de la vida. Y no me presté a juego alguno, ni público ni privado.

¿Tu verdad? / Sí y mi verdad

¿Tu verdad? / Sí y mi verdad. / Y la verdad de otros muchos. / Y entre todos / la verdad.

Ojo por ojo: el delicado programa del oculista.

– Menos mal que el lenguaje es de todos. Uno de los pocos bienes comunes que nos quedan.

– El hondo sentir y el hondo expresar. En la hondura está la diferencia entre la poesía y la prosa.

– Cuando el despacho oval se convirtió, en tiempos de Clinton, en despacho oral, fue más oval que nunca.

– Omni(o)bús: un obús para todos.

Para dialogar

Para dialogar
a) Los dialogantes han de ser diferentes.
b) Los dialogantes han de tener algo en común.
c) Los dialogantes han de fijarse algún objetivo posible.

Relativismo y pluralismo

Desde un punto de vista ético, el relativismo es una tesis o doctrina, según la cual no se puede decir de nada que es bueno o es malo, sino que la bondad o maldad dependen de circunstancias, condiciones o momentos. Creo que pocos habrá que sostengan esto de un modo radical, y que, en cambio, muchos sostendremos, sostenemos y hemos sostenido algo de esto de una forma moderada. Por eso me da un poco de miedo que llamemos relativismo sin más a cualquier duda, matiz o distinción sobre la verdad absoluta, y que a cualquier no absolutista le endilguemos el mote de relativista. Porque hay muchos que distinguen, ya lo creo, el bien del mal, y  comparten valores universales, pero quizás no todos o no todos de la misma manera que otros muchos. No todos, por ejemplo, tienen el mismo concepto del valor libertad, ni tienen el mismo aprecio a las diferentes libertades, y cultivan mucho más una que otra, pero pocos, creo, confunden libertad con falta de libertad, con esclavitud, con opresión o con puro libertinaje. No me atrevería yo, por todo esto, a llamar a cualquiera, en estos casos, relativista; tal vez pluralista, alguien intermedio entre absolutismo y relativismo, relativista moderado y razonable-razonante, etc. Dejándonos llevar por ciertas voces agoreras, corremos el peligro de  ser nosotros mismos tachados de absolutistas y de acusar a todo el mundo de un relativismo radical, que ni sostienen ni quieren sostener.