Villancicos

Muchas veces, en este tiempo de Navidad, me pongo a escuchar villancicos. Junto a Bach, Haendel o el gregoriano, los villancicos me llevan directamente al Misterio, preciosa palabra que en el lenguaje popular alude al portal de Belén, dentro del belén. Todos los buenos villancicos, letras y músicas, en cualquier lengua y de cualquier país, tienen una caracteristicas comunes: la brevedad, la sencillez -canto de villanos, por antonomasia-, la  ternura, la hondura emocional, la alegría interior y exterior, y la nostalgia de la infancia y del ideal siempre revivido.  A veces un viejo villancico nos remueve los recuerdos y nos traslada a la mejor estación de la niñez. Ayer me pasó  con el villancico popular, arreglado recientemente por Tomás Aragüés: Tan tan: Hacía muchos años que no lo recordaba Tan tan, van por el desierto / tan tan, Melchor y Gaspar / tan tan, les sigue un negrito / que todos le llaman / el rey Baltasar… Me subió al alma de un golpe toda aquella felicidad infantil, en medido de una familia pobre y creyente, no muy lejana de la familia de Nazaret; en un pueblo que celebraba masivamente la fiesta de la Navidad; cuando, niños aún, nos asomábamos al misterio de Dios cercano y poderoso, paterno-materno y familiar; el mundo parecía unido y pacífico, y todos eran alegres y generosos, como los pastores, como los magos, como los ángeles…