La casa por la ventana

Tambien el Colegio español de San José, de Roma, en el renacentista palacio Altemps -hoy, museo de la mejor escultura romana, que otrora llenaba el museo delle Terme– se sumaba a la vieja tradición local, tal vez llegada del Sur español -Nápoles, Calabrai y Sicilia- de tirar la casa por la ventana. Nunca un refrán fue tan realista. Subíamos a la terraza del viejo palacio  y desde allí, dadas las doce, nos uníamos al alboroto común, a la algarabía general del despojo de lo viejo: desde pianos a colchones; desde televisores, que entonces todavía eran pocos, a sofás y sillas viejos. Nosotros no teníamos mucho que tirar. Lo más castizo era tirar la vajilla que conseguíamos sacar del comedor entre las sotanas y los fajines. Josetxo Eguia, de San Sebastián, llevaba fama de ser el mejor arramplador de vajilla. Un año, fue tanta la vajilla que faltó, que los Operarios diocesanos que nos regían montaron, al año siguiente, la guardia al salir de la cena, y sólo los muy duchos consiguieron sacar algún plato y alguna cuchara.- Estamos ante el rito ancestral de todo solsticio, de renovar la vida y destruir lo viejo y caduco. Sin entrar ahora en muchas exquisiteces, la costumbre, española y universal, era, al acabar el año, acabar con todo lo que había quedado obsoleto o menos útil. Sin duda, el venerable tronco de Navidad, que ardía en los hogares de Navarra y el País Vacxo, tenía algo que ver con el fuego como principio destructivo que abrasa y consume los elementos nocivos y perjudiciales tanto de orden físico como inmaterial. Parecido es el significado de las hogueras que en algunos lugares se encendían por estas fechas. O el rito de los mozos de Artaza, que aporreaban al atardecer las puertas de las casas con palos de acebo, mientras los chicos recorrían las calles provistos de pellejos y botas encendidas cantando: Año nuevo, año viejo  / Que se termine el pellejo. O el rito de los chicos de Larraona, que postulaban por la tarde para preparar la cena, y el de los mozos por la noche, al  tiempo que aquéllos correteban por las calles con pellejos encendidos, gritando: A quemar el culo al año viejo / con un pellejo viejo, viejo.- Quemar, purificar, renovar…, elementos esenciales de mitos y ritos, en el solsticio de invierno y en la fiesta del fin del año, unidas las dos con el tiempo en una misma celebración, que la Navidad cristiana vino, de nuevo, a purificar y sublimar, con el mismo sentido, pero más alto y permanente. ¡No sé si teníamos todo esto muy claro, cuando sacábamos cucharas, cazos y platos del comedor del Colegio de San José en el palacio Altemps, de Roma!