Reflexiones cristológicas: (V) El concilio de Nicea

En lo que atañe a la divinidad de Jesucristo, sólo conocemos las enseñanzas que difundían los arrianos, discípulos de Arrio, presbítero de Alejandría (256-336), entre los años 318 y 323. Según un fragmento del  sucesor de Alejandro en la sede episcopal de la metrópolis egipcia, el padre de la Iglesia oriental, Atanasio (328-373), en su libro contra los arrianos (III, 27), éstos se hacían la pregunta: Si el Logos es verdadero Dios, Dios de Dios, ¿cómo pudo hacerse hombre? Esa era, como vimos, la primera y mayor dificultad  para los paganos y los judíos, a la que no pudieron hacer frente tampoco, como se ve, algunos cristianos, pese a la fe primitiva de la mayor parte de la Iglesia. O dicho en otros términos, partiendo desde la encarnación: ¿Cómo el Logos puede participar de la esencia del Padre, si tiene un cuerpo que sustentar y soportar? Los arrianos pensaban, al decir de Atanasio, que el Logos cambia y se altera por causa de la carne, y de la débil condición humana de Cristo deducían la debilidad del Logos como tal. Por eso sostenían que el Logos era una creatura, creada por Dios de la nada. El Sínodo de Antioquía (324-325), al que acudieron 56 obispos orientales, presididos probablemente por Osio, obispo de Córdoba y consejero del emperador Constantino, aprobó una profesión de fe, que rechazaba las principales tesis arrianas: Jesucristo, Unigénito, nacido no del no ser, sino del Padre, no creado, sino engendrado. El Concilio ecuménico de Nicea (325), convocado por el  emperador, que asistió a él, mantuvo, poco después, el monoteismo cristiano frente a la helenización arriana y confirió a la fórmula bautismal una interpretación decisiva para el futuro de la Iglesia: Un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, unigénito, engendrado por el Padre (de la sustancia del Padre), Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre… Los arrianos aceptaban el Dios de Dios y el Luz de Luz, pero no el Dios verdadero de Dios verdadero. Los padres del concilio de Nicea, al aceptar el polémico término omoousios (consustancial), no añadieron ninguna explicación filosófica, sino que confirmaron la tradición kerigmática (anuncio apostólico) bautismal, terminando así con toda una corriente subordinacionista (Hijo subordinado al Padre), que, explícitamennnte o no, se infiltró en varios  teólogos y. escritores cristianos de los tres primeros siglos. Por eso -escribe Atanasio- son igualmente impíos, porque consideran al Logos como uno más (entre los cristianos).- A pesar de cierta confusión primera entre los términos ousia e hypóstasis pera entender la unidad y la diversidad en Dios, el credo niceno fue el sumario básico para la recta interpretación eclesial de la encarnación del Logos. Unos y otros, ortodoxos y heréticos, se disputarán durante siglos la autoridad del credo niceno. Todos pretendían hablar de un Hijo, consustancial al Padre, que “se hizo carne”. Tomada en serio la consustancialidad del Hijo preexistente en el Padre, la consecuencia necesaria era un esclarecimiento de la relación entre Logos y mundo, entre Logos y carne. Ya no era posible empañar la transcendencia del Logos respecto al mundo y a la carne por él asumida: que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre.