Triste Pujol

Confieso con placer que aquel Jordi Pujol que me entregó un día la Creu de Sant Jordi, junto con ilustres personajes como Camilo José Cela, y que nos invitó a una cena, rica en asuntos y en  reflexiones de muy variado tipo, no era el independentista que ahora acaba de proclamarse, según titula EP de anteayer: Pujol abraza el independentismo tras la sentencia del Estatut. Cierto que entre aquel Pujol de todos, que a través de Roca i Junyent, padre de la Constitución, elogiaba el carácter plural de la nación española; llamaba entrañable a eso que se llama España (sin atreverse a llamarla nación), o recibía por su españolismo un premio del diario ABC, y el sorprendente Pujol de la deriva soberanista en la Declaración de Barcelona (1998), siguiendo la deriva del PNV y el  malejemplo de ETA, había ya un gran trecho. Pero es que ahora el ex presidente de la Generalida, para muchos pauta de equilibrio y serenidad, declara solemne que el modelo autonómico ha fracasado y la alternativa ya sólo podría ser la independencia. Alguien puede pensar que se trata de una rabieta más del  rico niño mimado, que, o se hace lo que él quiere, o se enfada y se va. ¿Que las Cortes echaron abajo el primer borrador de Estatuto, (una especie de Estado Confederal, que no existe en ninguna parte del mundo), como Convergencia quería? ¿Que el Tribunal Constitucional recorta algunas de la pretensiones del segundo texto, el error político más grave del Gobierno Zapatero? Pues, la independencia, yendo aún más allá que el mismo Ibarretxe, que se hubiera contentado con el Estado Libre Asociado de Euskadi. Y mientras tanto, la nueva receta pujolista para Cataluña es ir aplicando día a día su derecho a decidir (que no existe en derecho positivo alguno), esperando el día de un hipotético referéndum oficial y vinculante. Y mientras tanto, todos los españoles iremos  pagándole hasta el año 2014  los 76.000 euros que le corresponden como ex-presidente autonómico catalán, representante ordinario del Estado español en Cataluña, y desde esa fecha sólo 57.000 durante el resto de su vida. Tan unificadores, tan centralizadores, tan uniformizadores como somos, según sus mismas palabras.